François Hollande hizo ayer honor a su reputación de blando e indeciso. Al ceder a la petición de los ediles contrarios a las bodas gais de acogerse a la "libertad de conciencia" para negarse a celebrar estas uniones, el presidente provocó una oleada de indignación que fue más allá de las asociaciones de homosexuales. El estupor de los suyos fue tal que el propio Gobierno le rectificó anunciando que la libertad de conciencia no se incluirá en la ley que votará el Parlamento a principios del 2013.

La primera gran reforma social de Hollande, que por primera vez en Francia permitirá a los homosexuales acceder a la institución del matrimonio y al derecho a la adopción, está lejos de ser un paseo militar. Aprobada por el Consejo de Ministros el pasado 7 de noviembre, la medida ha provocado un fuerte rechazo entre los sectores más conservadores y ha unido en un frente común a los dirigentes de la Iglesia católica, la religión musulmana y la judía.

MOVILIZACIÓN El pasado fin de semana hubo más ciudadanos en la calle que en la jornada europea contra la austeridad. El 60% de los franceses apoyan las bodas gais, pero solo el 50% están a favor de que los homosexuales puedan adoptar. Sensible a la movilización y fiel a su carácter contemporizador, Hollande aprovechó un encuentro de alcaldes para aceptar la cláusula de conciencia para los que no estén de acuerdo con la ley y puedan transferir el oficio de la ceremonia a un adjunto. En Francia el matrimonio civil es el único reconocido oficialmente.

El Gobierno, que ha resistido a la presión, montó en cólera. Y se salió con la suya. Ayer, la titular de Justicia, Christiane Taubira, proclamó que el derecho al matrimonio "será garantizado" en todas las localidades y que no habrá "ninguna excepción". Hollande cedió también en la habilitación de los miércoles como jornada lectiva en primaria.