La actual campaña electoral en EEUU está repleta de episodios esquizofrénicos y las últimas 48 horas dejan constancia de lo desquiciado de una contienda a la que aún le quedan diez días y en la que, al menos según las últimas encuestas, Hillary Clinton está perdiendo parte de la ventaja que llevaba sobre Donald Trump. Y eso que los sondeos no tienen en cuenta el último episodio de locura desatado el viernes, cuando el director del FBI, James Comey, provocó un auténtico terremoto político al anunciar la reactivación de la investigación de los correos de Clinton.

Poco importa que esa bomba se confirmara ayer como un artefacto casi con toda certeza vacío de material explosivo, pues los nuevos correos que tiene el FBI no son de Clinton sino de su asistente y confidente, Huma Abedin, al menos según informaciones de prensa que citan fuentes anónimas, lo único disponible ante el cuestionado silencio de Comey. En los dos últimos días, la candidata demócrata a la presidencia no ha podido evitar que su nombre vuelva a aparecer vinculado a un escándalo que le persigue desde antes incluso de lanzar su candidatura, cuando se desveló públicamente que había decidido usar un servidor de correo privado cuando era secretaria de Estado. Y es difícil (no imposible) pensar en algo que le pudiera hacer más daño.

La noticia, pese a toda su imprecisión, ha dado munición a Trump, que ha vuelto a recuperar la energía en sus actos de campaña, y a muchos aspirantes republicanos a la elección o reelección al Congreso, que vuelven a atacar a Clinton, y más allá de encender a sus bases aspiran incluso a convencer a algún indeciso. Y en un duelo electoral donde los elevados índices de desaprobación del candidato republicano son escaso consuelo para los de la propia Clinton, es ella quien enfrenta un nuevo reto en el incontrolable mundo de las percepciones, donde ya es vista como deshonesta y no digna de confianza por el 67% de los posibles votantes.

La bomba de Comey, además, puede acabar siendo una bala de fogueo, pero no podía llegar en un momento más complejo para Clinton. Aunque mantiene su ventaja en los sondeos nacionales sobre Trump (4,6%, según la media que realiza Real Clear Politics), su liderazgo se ha reducido considerablemente en los últimos días (hace 11 iba 7,1% por delante). Y algunos sondeos concretos, como uno presentado ayer por The Washington Post y ABC, intensifican aún más esa caída: más de 10 puntos en menos de una semana.

Las encuestas no han podido recoger aún los efectos del Comeygate pero sí una semana gris para Clinton. Primero, el lunes, el gobierno de Obama anunció que que las pólizas de seguros subirán un 25%, un golpe al bolsillo de votantes que vuelve a poner en cuestión la reforma sanitaria que se cuenta como principal legado legislativo del presidente. Y luego, el miércoles, Wikileaks filtró otra tanda de correos de John Podesta, el presidente de la campaña de Clinton, y volvieron a salir a la luz las sombras que rodean a la falta de separación entre el enriquecimiento personal del expresidente Bill Clinton y las donaciones a su fundación. «Donald Trump dice que aún puede ganar y ¿saben qué? Tiene razón», decía el viernes en un mitin en Iowa la propia Clinton.

EL FBI, EN LA DIANA / En lo que la candidata y su equipo se centran ahora es en intentar frenar el daño. La estrategia en el terreno electoral pasa por seguir incentivando el voto temprano (que han ejercido 17 millones de personas) y en movilizar voluntarios y activistas para tratar de aumentar la participación el 8 de noviembre.

Hay, no obstante, una táctica inmediata: intentar minimizar la importancia de la reactivación de la investigación y poner el peso de la clarificación en Comey, cuestionado no solo por Clinton y su campaña, sino también por demócratas, republicanos, consejos editoriales y expertos legales. «La carta es larga en insinuaciones y corta en datos», denunció Podesta en una conferencia con la prensa en la que él y el director de campaña, Robby Mook, le criticaron por «alimentar las especulaciones» y «actuar de forma totalmente inapropiada».

Ayer mismo se supo que Comey (un republicano que sirvió en la Administración de George Bush y que Obama nombró en el 2013) decidió enviar la carta pese a la recomendación en contra del Departamento de Justicia, del que depende, y desde donde se le recordó que la norma es «no dar pasos que pueden ser vistos como influyentes en una elección». H