A medianoche del domingo comenzaron los festejos en algunas zonas de Managua. Los simpatizantes de Daniel Ortega saludaron una victoria electoral que no había sido validada por el escrutinio. De hecho, al momento en que comenzaron a salir los automóviles y agitarse algunas banderas, poco y nada se sabía del recuento. Esa formalidad no pareció importar porque nadie dudaba del triunfo del ex comandante sandinista y su esposa, Rosario Murillo. Las puertas del cuarto período presidencial consecutivo se abrieron por lo tanto de la peor manera. El venezolano Nicolás Maduro saludó la "jornada de paz" que permitió reelegir a su socio político regional. El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, habló en cambio de elecciones "simuladas" y las calificó de "pantomima" y prometió mayor presión contra Managua. Ortega y Murillo, añadió, son "ampliamente impopulares y sin un mandato democrático". Los acusó además de gobernar Nicaragua como "autócratas, no diferentes a la familia Somoza contra la que Ortega y los sandinistas lucharon hace cuatro décadas". La vecina Costa Rica hizo propio ese diagnóstico y no reconoció la contienda.

Ortega sabía de antemano que no contaría con el aval de EE.UU. ni de la UE. El Gobierno expresó sin embargo su complacencia por el respaldo de los observadores rusos y otros países. Al momento de sufragar, no desaprovechó la oportunidad de azuzar a sus adversarios, a lo que calificó de "demonios". Ortega dijo además que los más de 150 presos políticos "siguen conspirando" porque son "sembradores de muerte, de odio". 

El camino de su reelección había quedado allanado cuando la Policía Nacional arrestó a siete posibles candidatos presidenciales de la oposición que se perfilaban como sus principales rivales y que podían servir de contrapeso en las urnas. Las encuestas previas a la disputa de CID Gallup dieron cuenta que una mayoría del 65% de la población habría votado por una fórmula opositora que compitiera en libertad. Solo un 17% apoyaba al jefe de Estado. Nadie esperaba que los resultados oficiales del domingo se correspondieran con esos sondeos.

Irregularidades y baja participación

El observatorio multidisciplinario Urnas Abiertas informó que en el marco de la jornada se registraron una serie de irregularidades, incluidas detenciones de opositores, mientras que la opositora Unidad Nacional Azul y Blanco indicó altos niveles de abstención. En un informe preliminar, identificó "200 hechos de violencia política en los Centros de Votación", entre estos "la negación del ingreso a fiscales opositores, intimidación de paraestatales y fuerzas de choque sandinistas", o "trabajadores del Estado obligados a enviar una foto de la boleta con su nombre escrito en el sitio en que se marca la equis". Al caer la noche estimó que la abstención oscilaba entre el 79% y el 84%. La dirigente de Unidad Nacional, Marcela Guevara, dijo que, al quedarse en sus casas, los nicaragüenses "dieron un nuevo mensaje al dictador y a la dictadora". 

El presidente de Nicaragua, Daniel Ortega, y su esposa y vicepresidenta, Rosario Murillo, en un acto en Managua. EFE

El portal Divergentes constató en diferentes puntos de Managua, Matagalpa y Granada una reducida participación ciudadana. "En las esquinas de los centros de votación se vio presencia de paramilitares, en motocicletas, de chaquetas, gorras y usando teléfonos celulares".

Una militante sandinista entrevistada por la cadena Telemundo dijo que tenían 27 personas dedicadas a movilizar votantes a las urnas en el barrio Edgard Lang de Managua. "A nosotros nos dan un listado de las personas. A las personas de ese listado les hicimos tres visitas. Entonces, nosotros llegamos y les decíamos ´en esta junta va a votar usted`".

Resultado cantado

La "pantomima" electoral, como la denominó Biden, es un subproducto del estallido colectivo de mediados de 2018. La chispa estuvo relacionada con una reforma de la seguridad social, pero no fue otra cosa que un malestar acumulado y contenido. La sublevación callejera tuvo una intensidad que los memoriosos equipararon con los enfrentamientos contra la dictadura de Anastasio Somoza, un año antes de su caída, en 1978. Los barrios populares cambiaron de fisonomía: la barricada fue el común denominador. En medio de la refriega con las fuerzas de seguridad se llegó a hablar de "territorios libres" del régimen. La saña represiva no tuvo precedentes. Fallecieron más de 300 personas. Se reportaron en esos momentos dramáticos miles de heridos. El número de exiliados estuvo cerca de los 100.000. Los episodios registrados entre abril y junio representaron un punto de corte: la sociedad matrimonial perdió los respaldos del empresariado y la jerarquía católica, a la que había complacido con una conversión religiosa y un menú de prebendas de corte conservador.

Nicaragüenses residentes en Panamá protestan contra elecciones en su país. EFE

La ruptura también fue irreparable entre sectores agrarios, colectivos feministas, estudiantiles y jóvenes de las ciudades. Los pedidos de una solución negociada de la crisis nunca prosperaron. Tampoco la investigación de las violaciones a los derechos humanos. En 2019, y como resultado de la presión internacional, el Gobierno amnistió a decenas de detenidos por razones políticas. Dos años después, recomenzó la cacería en escala.

 Con este trasfondo convulso Ortega apostó a su permanencia. El próximo 11 de noviembre cumple 76 años. La mayoría de sus ex compañeros de armas, en 1979, lo consideran una caricatura del comandante guerrillero que ha sido, y la fuente de discordias que están lejos de apaciguarse.