Oriente Próximo

Agonizando sin turismo, ni la Navidad llega a Belén

Por primera vez desde que comenzaron las celebraciones modernas, el lugar de nacimiento de Jesús no decorará el árbol de la Plaza del Pesebre

Una calle de Belén desierta y con la oficina de turismo cerrada.

Una calle de Belén desierta y con la oficina de turismo cerrada. / Andrea López-Tomàs.

Andrea López-Tomàs

Esta Navidad la vida de Jesús retorna como una realidad para muchos de sus descendientes en Tierra Santa. Nada más nacer, el pequeño hijo de Dios tuvo que huir de su tierra. Desde el 7 de octubre, centenares de miles de gazatís también han tenido que dejar sus casas, y otros refugios hallados por el camino, para conservar la vida. Este año, en esa misma gruta en la que conoció el mundo para salvarlo, de acuerdo al cristianismo, nadie viene a recordar las gestas de Jesucristo. En Belén, no hay celebraciones navideñas. El silencio atruena. El vacío, también. Nada indica que los días más bulliciosos de esta ciudad palestina estén al caer: no hay árbol ni luces encendidas, ni casi tiendas abiertas. No hay ni un alma en la iglesia de la Natividad. Como toda Palestina, Belén, ciudad santa donde las haya, está de luto. Un luto que estremece.

La iglesia de la Natividad, completamente vacía.

La iglesia de la Natividad, completamente vacía. / Andrea López-Tomàs

“Belén está vacía, no hay turistas, no hay gente, no hay nada”, explica Ismael, un tendero aburrido. “Belén se está muriendo”, constata a EL PERIÓDICO, del grupo Prensa Ibérica, antes de confesar que, en los más de dos meses de guerra, sólo ha conseguido vender un pañuelo a un periodista noruego. La desesperación se puede tocar con las manos en una ciudad que vive del turismo. Nada se vende, nada se compra. No hay vida. Este año, los líderes cristianos y las autoridades municipales de la urbe del sur de Cisjordania, a nueve kilómetros de Jerusalén, han decidido cancelar las celebraciones navideñas públicas en solidaridad con el sufrimiento en Gaza. Por primera vez desde que comenzaron las celebraciones modernas, el lugar de nacimiento de Jesús no decorará el árbol de la Plaza del Pesebre. Miles de personas, dependientes por completo de la industria turística, lo entienden, pero constatan que, para sus frágiles economías, supone un batacazo difícil de superar tras dos meses vacíos de ingresos y ayudas.

Mientras el Ejército israelí avanza con su ofensiva sobre Gaza, ajeno a la presión internacional, la agonía de sus hermanos palestinos se traslada a las callejuelas desiertas de Belén. “No es justo que aquí celebremos la Navidad con el enorme árbol y el famoso encendido de luces cuando esa gente está muriendo”, cuenta Rima al frente de una librería cristiana. Las mesas están vacías. La máquina de café, apagada. Los libros, bien ordenados. Ella pasa el tiempo siguiendo la última hora, con 'Al Jazeera' a todo volumen. “Antes de la guerra, a estas alturas, Belén estaba muy activa y mucha gente venía del norte [en referencia a la ciudad de Natzaret] y del extranjero para visitar la Iglesia de la Natividad pero ahora, no podemos”, confiesa a este diario. “La Navidad no es el árbol, es Jesús”, defiende.

Accesos cerrados

Jesús, acompañado de sus padres María y José, tuvo que huir por las amenazas de Herodes de ejecutar a todos los niños nacidos en Belén. Esta familia divina logró escapar a Egipto. Pero, ahora, siglos después de aquella huida fructuosa, los conciudadanos del hijo de Dios no pueden salir de su ciudad. “Todos los puestos de control de acceso a Belén están cerrados”, denuncia Ismael. Y es que Belén está situada en la Cisjordania palestina, donde hace más de medio siglo que la ocupación militar israelí controla las carreteras y los centenares de puestos de control que ha instalado en los alrededores de las ciudades. Sometidos a la absoluta merced de las autoridades militares israelís, y rodeados por un muro de hormigón, los palestinos de Belén dependen de unos criterios que desconocen para saber si hoy será el día en que después de, casi tres meses, podrán salir de su ciudad.

El muro que rodea Belén.

El muro que rodea Belén. / Andrea López-Tomàs

“Como palestinos, es muy complicado para nosotros viajar por Cisjordania porque es peligroso”, reconoce Ismael, en referencia a los colonos radicales armados que actúan con total impunidad desde todos los puntos de los territorios ocupados. “Al no poder salir a comerciar fuera, mi negocio está completamente destruido; nadie me compra nada y no entran ingresos”, lamenta a este diario. Además, de forma excepcional, la hasta ahora siempre calmada Belén está siendo sometida a incursiones militares diarias y arrestos constantes. “Cuando cae la noche, no es seguro salir de casa porque puedes encontrarte a soldados que no están dispuestos a hablar contigo, están preparados para dispararte”, añade este comerciante.

Esta situación de inseguridad tiene un grave impacto sobre una población que empezaba a levantar cabeza tras el mazazo de la pandemia. El turismo es la principal industria de Belén con más del 25% de su población activa trabajando de forma directa o indirecta en este sector. Para la economía de la ciudad, representa un 65% y para la de la Autoridad Palestina (AP), un 11%. Justo antes de la pandemia, Belén recibió 3,5 millones de visitantes en el invierno del 2019. Antes de la guerra, parecía que estas cifras podrían recuperarse pero aquel trágico 7 de octubre volvió a cambiarlo todo. “Nadie tiene trabajo ahora, no hay nada, nada”, explica Rima, exaltada, desde su librería vacía. El desempleo, previo a la contienda, ya había alcanzado el 20% en esta ciudad de 30.000 habitantes. Casi tres meses después, es probable que se haya disparado.

Sólo misas y oraciones

“Todo se ha detenido, estoy en contra de la guerra, de los asesinatos, pero yo rezo por los dos bandos, por los judíos y los árabes”, añade, conmocionada. “Ambos necesitan un salvador”, dice Rima. Los pocos turistas que cruzan el umbral de su puerta forman parte del 1% de palestinos cristianos que no vienen a Belén por primera vez. Por eso, no participan tanto en el comercio dedicado a extranjeros, contratando guías turísticos, hoteles o comprando recuerdos. Aunque se han cancelado las celebraciones, la población local de Belén, y aquella que consiga llegar a la ciudad santa, podrá participar en las misas y oraciones típicas. Pero nada será como los otros 24 y 25 de diciembre, en los que la Iglesia de la Natividad, construida sobre la gruta que marca el lugar preciso donde nació Jesús, era el lugar de encuentro de miles de cristianos venidos de todos los lugares del mundo para celebrar este alumbramiento.

La gruta donde nació Jesús.

La gruta donde nació Jesús. / Andrea López-Tomàs

En la Iglesia Luterana de Belén, el pesebre de este año ha sorprendido. El niño Jesús ha nacido entre escombros. Igual que han hecho miles de niños en la Franja de Gaza. Entre la tristeza que domina Belén, los líderes eclesiásticos recuerdan que el 25 de diciembre no sólo se conmemora el nacimiento de Cristo, sino también el mensaje de justicia, paz y dignidad para la humanidad que trajo consigo. “Rezo por judíos y árabes porque necesitan a Jesús”, reconoce Rima. Sin un final a la vista de la guerra abierta sobre Gaza, que ya ha matado a casi 20.000 palestinos, entre ellos decenas de cristianos, los palestinos de Belén tampoco ven fin a su agonía. Y la vida de Jesús, de su salvador, se vuelve a repetir en Tierra Santa.

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