Tensión bélica

Pionyang dice haber probado sus armas nucleares submarinas en protesta a las maniobras de Estados Unidos

El último ensayo norcoreano certifica una escalada de tensión en la península a la que no se le intuye final

El líder norcoreano, Kim Jong-un.

El líder norcoreano, Kim Jong-un. / EFE

Adrián Foncillas

Corea del Norte probó a principios de semana un nuevo sistema de armas nucleares submarinas en su costa oriental. Lo ha revelado su prensa hoy, cuatro días después, justificándolo en las agresivas maniobras militares recientes de Estados Unidos, Corea del Sur y Japón. El último ensayo norcoreano certifica una escalada de tensión en la península a la que no se le intuye final.

El sistema consiste en un dron que ya presentó Pionyang meses atrás pero del que se sigue sabiendo muy poco. La prensa no ha aportado pruebas y las triunfantes declaraciones del país recomiendan cierta prudencia. Al dron, bautizado como “haeil” o tsunami en coreano, se le supone la capacidad de colarse entre las líneas marítimas enemigas y desatar una explosión radiactiva que arrastre cualquier flota al fondo del mar. Su finalidad es desalentar esos periódicos ejercicios cerca de sus aguas que entiende como ensayos de invasión. “Nuestras capacidades de contrataque, basadas en las armas nucleares de nuestro ejército, se están perfeccionando aún más, y sus diversas acciones de respuesta continuarán disuadiendo las maniobras militares hostiles de las armadas de Estados Unidos y sus aliados”, ha comunicado un portavoz del Ministerio de Defensa.

Frenesí armamentístico

Corea del Norte sigue en el frenesí armamentístico. El domingo probó un nuevo misil de alcance medio con combustible sólido y había saludado el nuevo año con cinco rondas de artillería hacia la costa del sur. Poco antes había lanzado con éxito, y después de varios fracasos, su primer satélite espía. Es más que probable que contara con el auxilio de la tecnología de Rusia, con la que ha fortalecido su alianza. El dron submarino norcoreano, de hecho, parece inspirado en un torpedo ruso. El Poseidonlanzado desde un submarino, puede trasladar cargas convencionales o nucleares y cuenta con una autonomía virtualmente ilimitada que podría arrasar las costas estadounidenses. Al Poseidón y al Haeil les une la falta de evidencias ofrecidas.

La crisis actual responde a una dinámica trillada. No importa si fue antes el huevo o la gallina, si el misil norcoreano o las maniobras de los aliados, porque ambos justifican sus acciones en las provocaciones previas. Washington, Seúl y Tokyo habían practicado sus ejercicios militares entre el lunes y el miércoles con la colaboración del portaaviones estadounidense de propulsión nuclear USS Carl Vinson. Pionyang les había acusado de “desestabilizar la región” y la respuesta se daba por segura.

Preparados para la guerra

Corea del Norte se esfuerza en dar a entender que esta no es una crisis más. Kim Jong-un, su líder, advirtió a su Ejército de que debía de estar preparado para que la guerra estallara en cualquier momento. También renunció a la reunificación soñada con el sur e incluso le pidió a la Asamblea Nacional Popular que destruya un monumento colocado por su padre sobre el asunto. Y esta semana calificó a Seúl como su “principal enemigo”. El conflicto está atascado y nada permite el optimismo. A los socialdemócratas les relevaron los conservadores en Seúl, más inclinados al palo que a la zanahoria, y Joe Biden no ha mostrado el mismo interés por aquel pequeño y lejano país que Donald Trump.

Solo la pandemia, que obligó a Corea del Norte a priorizar sus urgencias, amortiguó el ruido. Los lanzamientos de misiles no son la única evidencia de que el país camina hacia la normalidad. También el caudal de desertores. El pasado año llegaron 196 a Corea del Sur, según su Ministerio de Unificación. Suponen casi el triple que los registrados en los años anteriores, cuando Corea del Norte mantuvo sus puertas cerradas, ordenó a sus soldados disparar a todo lo que se moviera en la frontera y ni siquiera permitió el regreso de sus funcionarios. El volumen anterior, sin embargo, es aún lejano. Los actuales son apenas una quinta parte del millar registrados en el último año prepandémico. Entre los desertores del pasado año figura una decena de cargos de élite, según Seúl. Las razones que les empujaron a la huida, añade, son las discrepancias con el régimen de Kim Jong-un y el hambre.