Cada fin de semana, el mismo ritual. Ingesta de vino, cerveza y alcohol. Rotura de botellas sobre el asfalto. Y gritos. Es la otra cara del botellón. La del vecino que apenas puede conciliar el sueño. Aquel para el que el fin de semana no es sinónimo de descanso, sino de nervios y mal humor. Ellos, los afectados, piden mano dura.

Los vecinos de la calle Carlos Fabra sufren los viernes y los sábados las consecuencias del botellón en los bajos de sus viviendas. Se trata de jóvenes que oscilan entre los 18 y los 23 años, que van con sus propios vehículos y estacionan en una placeta situada en las inmediaciones de la rotonda del Arrancapins. Allí se juntan y realizan el botellón. Uno de los afectados criticaba que uno de los maceteros que había en la calle fue destrozado. Si bien él no ha sufrido molestias por los ruidos, los vecinos de los chalets cercanos sí que se han quejado.

Eficacia policial

Uno de los sufridores, que avisó a la Policía Local tras una de estas noches de juerga nocturna, explicaba que las últimas semanas, quizás por el frío, o bien porque las quejas a la Policía han surtido efecto, se han marchado de la zona.

En cambio, otras veces las quejas no son efectivas. "Gritos ensordecedores, rotura de botellas en el suelo" suponen una grave contaminación acústica durante todas las noches de los fines de semana. Cuando la Policía, ante las quejas de algún vecino, acude e invita respetuosamente a los jóvenes alborotadores a retirar las botellas. Sin embargo, aseguraba este afectado, al jueves, viernes o sábado siguiente vuelve a producirse la misma situación. Vuelta a acudir la Policía Municipal, vuelta a disolver a la juventud.

De hecho, el presidente de la Asociación de Vecinos de Rafalafena, Amadeo Molina, reclama emprender una campaña de civismo, pero que no sólo abarque el botellón, que ya se penaliza, sino que, además, incluya actos vandálicos como los que se emprenden contra el mobiliario urbano o los grafitis y ruidos de motos o coches, así como un régimen sancionador.