Ayer hizo el que, probablemente, será su último paseíllo en nuestra plaza un pedazo de torero como la copa de un pino, José Liria Fernández, o Pepín Liria, como probablemente lo conozcan ustedes. Un matador curtido en festejos duros, en los que siempre ha dado la cara y entre los que se hizo un hueco desde el principio de su carrera, porque este murciano de Cehegín, que pronto cumplirá los treinta y ocho años, ha sido siempre un ejemplo de honradez, entrega y pundonor, en un mundo donde escurrir el bulto es moneda frecuente.

Muchos recordaremos con agrado sus primeras comparecencias en nuestra plaza, con aquellos magníficos encierros de Victorino con los que escribieron páginas memorables. Recuerdo como, tras su primer triunfo en nuestra plaza, y ya en un ambiente más íntimo, el propio ganadero le animaba a seguir matando sus toros, un camino más duro que el de las corridas comerciales, pero mucho más fructífero para un torero con su capacidad.

Fueron años de gloria, de triunfos memorables en Sevilla y en numerosas ferias, hasta convertirse en un nombre fijo en los carteles de cualquier feria que se preciara. Fueron también los años en los que los mozos de Pamplona le auparon hasta convertirlo en su ídolo y hasta hoy, le reciben cariñosamente al grito de Pepín, Pepín.

Este año cumplirá quince de alternativa, que no son pocos y más si, como es el caso, su puesto ha estado por lo general entre las ganaderías duras, las que más exigen a quienes las matan. Todo un carrerón ante el que quitarse el sombrero. Chapeau maestro.

Crítico taurino