Estará en el burladero del callejón, trajeado y no de luces. En segunda fila, sin hundir el mentón en la barrera. Con corbata, que no corbatín. Sentirá otro miedo, otra responsabilidad. Joselito ganadero, que no torero, o ganadero torero, que uno nunca deja la profesión, simplemente porque precisamente para él, ser torero es un estilo de vida, una forma de pensar, de sentir, de ver las cosas, de andar, de comer, de vestir, de hablar, de actuar... Se es torero siempre. Él lo sigue siendo y sólo hay que conocerle un poco. Allí estará en el callejón, a pesar de que puede escuchar vituperio alguno para con sus toros, que pobres, nunca pueden defenderse con el diálogo. O también podrá sentir el halago de la bravura de sus pupilos.

Sea como fuere y deseamos lo segundo, José tragará saliva y agachará la cabeza como lo hacía en sus paseíllos, tímido del alboroto. Joselito debuta en Castellón como ganadero. Se superó la brucelosis, hay toros y parece que buenos. Hay ganadero. Joselito manifiesta hoy en el ruedo su forma de sentir el toreo. Lo hará a través de sus seis hijos, que han aprendido durante estos cuatro años la verdad más pura de lo clásico, el joselitismo puro y duro. Su herramienta de expresión, que siempre fue el alma, ahora es el toro, aquel que se lo dio todo y se lo pudo quitar también. Cierto, el toro absorbe el carácter del criador. Raza, casta, durabilidad infinita --toda una vida dedicada al toro--, entrega, pasión, nobleza y, ante todo, transpa rencia y verdad. Apartado de los ruedos y de otros menesteres, se ha hundido de lleno con sus toros en el laboratorio del campo para encontrar la fórmula del éxito. Dura contrapartida ser torero y ganadero, haber sufrido la cornada y dar de comer a los que las dan, pasar miedo con los bravos y ahora con los mansos. ¿Qué mesura usa? El lado de la balanza por la que debe decantarse la bravura zigzaguea. Más casta, menos genio, suficiente bravura, poca entrega, demasiada dulzura... Difícil.

El torero

Entre pasarse y quedarse corto hay un segundo. Es el triunfo o el fracaso. Buenas sensaciones hay, los mentideros auguran un buen toro. Se verá. El idilio de Joselito con esta tierra se prolonga. Admiradores, partidarios, en su caso devotos, exquisitos, puristas... Es Joselito, querido e idolatrado. Tampoco es para menos. Es Joselito. Aquí triunfó, también se le pitó, pero siempre tuvo su casa, su cuartel, su rinconcito. Un pedacito del alma de José siempre estuvo en esta tierra. La eligió para volver, benditos fuimos. Y la elige ahora para empezar ahora sí, un ritmo ascendente en la ganadería.

Le ha cogido el sitio, como en el toreo. Sus toros son el Joselito de los 90. Aquel que ancladas las manoletinas en la arena, con relajo, hombros caídos, corazón sereno y temple suave, enloqueció a gran parte de partidarios. José Miguel Arroyo, Martín Arranz, La Reina o El Tajo... Simplemente, los toros de Joselito. Así fueron, son y serán reconocidos por la afición, por mucho que sus criadores quieran ir de bautizo cada año. El torero rebelde, independiente a veces, que luchó por su causa, la que consideraba como justa.