La capacidad del ser humano de toda edad y condición, no solo de resistir situaciones dolorosas y traumáticas sino de salir fortalecido, es un hecho constatado a lo largo de la historia de la humanidad y observado en el marco de investigaciones de epidemiología social, entre las que podemos destacar, el estudio de carácter longitudinal conducido por Werner y Smith en el año 1955. A los/las niños/as que se desarrollaron de forma adecuada a pesar de las condiciones sociodemográficas desfavorables los denominaron resistentes, al destino y a la característica común a todos ellos “resiliencia”, término acuñado por Boris Cyrulnik en su acepción psicológica (Melillo, 2005).

Los principales escenarios en los que se desarrolla la resiliencia coinciden con las instituciones principales de socialización: familia y escuela. En ambos escenarios, los dos de interés para el área de intervención psicopedagógica, se encuentran algunos de los factores de protección y conveniente desarrollo de la capacidad de resiliencia (Cyrulnick, 2002).

Precisamente la ausencia de estudios realizados en este sentido en el ámbito educativo, en concreto en alumnado de formación profesional, ha justificado la realización de una investigación de carácter participativo ex post facto, con objeto de comprobar la eficacia de un programa de promoción de resiliencia dirigido a un grupo de estudiantes de un ciclo de formación profesional de grado medio en un centro público. Ello ha servido para argumentar el Trabajo Fin de Máster en Prevención de Problemas de Conducta en la Escuela impartido por la Universidad Internacional Valenciana (VIU) y titulado ‘La Resiliencia en Educación: Evaluación de la Eficacia de un Programa de Promoción de la Resiliencia en Alumnado de Formación Profesional’.

programa

En el citado programa teórico-práctico se ha tratado de promocionar aquellos aspectos como la autonomía, la confianza en uno mismo, la comunicación y las habilidades sociales como la empatía, para de esta forma favorecer un contacto social entre el alumnado participante en el programa que incrementara su nivel de resiliencia inicial, y que dotara de sentido y propósito a su existencia (Frankl, 1946).

La muestra estaba constituida por un grupo de alumnos/as de edades comprendidas entre 17 y 47 años. Una vez diseñado el programa, se ha evaluado el nivel de resiliencia pre y post facto de los sujetos participantes, administrando la versión española de la escala de resiliencia de Wagnild y Young (1993), validada por Heilemann, Lee y Kury (2003).

Los resultados han mostrado un aumento del nivel de resiliencia después de la intervención en relación al nivel previo tanto en general como en los dos factores que mide la escala. Tanto el nivel de resiliencia pre de 131.57, como el nivel post facto de 134.17, se encuentran dentro del intervalo de 121 y 146. El nivel de resiliencia podemos es moderado, antes y despúes de la intervención, pero se ha detectado un ligero incremento.

Teniendo en cuenta la valoración positiva del alumnado y sabiendo que la resiliencia es un proceso que se construye en el tiempo (Cyrulnik, 2002), cabe proponer como futura línea de investigación la extensión temporal del programa hasta un año académico, más allá de los dos meses de que constaba el programa actual. Además, es importante subrayar la importancia de la realización de estos programas en el entorno académico, sobre todo en tramos educativos donde el riesgo de exclusión social es elevado, de esta forma el alumnado mejorará su integración familiar, laboral y social, así como para potenciar el papel de tutores de resiliencia de los alumnos dentro de sus futuros desempeños profesionales.

Entre las actividades que han pemitido el desarrollo de la resiliencia, cabe citar, entre otras, una mayor responsabilidad al estudiante, hablar directamente con ellos, fortalecer las estrategias de comunicación, planificar estrategias de aprendizaje cooperativo e implicar a los alumnos en la elaboración de reglas. Estos llegaron a visionar películas como ‘Los niños del coro’ o ‘La Vida es Bella’.

Como conclusión, es importante la intervención como un programa en el que se trabaja la empatía, las habilidades sociales y la comunicación, actividades para incrementar la autoestima, así como el ‘sentido del humor’. Es evidente que hay cualidades innatas, niños con un temperamento más pacífico e interacciones familiares que permiten un desarrollo temprano de su capacidad resiliente. Pero no todo está perdido cuando no hay una familia estructurada. De hecho, el trabajo sobre la inteligencia emocional, es decir, las propias emociones y su expresión, la empatía en relación al otro y la comunicación facilitan que el individuo reestablezca la autoestima que ha resultado dañada. H