¿Es el castellano una lengua hermética, encerrada en sí misma, poco dada a experimentar? Rubén Martín Giráldez analiza estas y otras cuestiones en su nueva novela, Magistral (Jekyll & Jill), una obra que no precisa de etiquetas, una obra arriesgada y creo que necesaria en estos tiempos poco osados y algo sosos.

--Corrígeme si me equivoco. Magistral

-Bueno, si digo que es una confesión desactivo toda la novela, porque entonces ya podemos tildarla de generalizadora, exagerada o voluntariamente rocambolesca como si tuviese que responder a una realidad argumentable.

--¿Entonces?

-Es una sátira de los actos de habla, de los actos de escritura y de los actos sociales, y pretende dar sopas envenenadas con honda a escritores y lectores, pero no es un estado de la cuestión, es más una suma de todos los prejuicios justificados e injustificados implacables de los que he hecho acopio durante años o de los que sorprendo en otras personas.

--En la novela tratas algo que suele pasar totalmente desapercibido como es el ‘estilo’. ¿Crees que en España se atreven a traspasar los límites del lenguaje, a romper cualquier barrera?

-La tesis de Magistral es que el idioma español es inservible. Mi opinión es que el castellano, reanimado, es de una exuberancia tremenda. Evidentemente, hay unos cuantos escritores y escritoras en español con voluntad de estilo a los que eso, el estilo, no les parece una tara ni una impostura, sino que lo tratan como uno de los elementos que genera el contenido y a veces hasta el tema de sus libros.

--Intuyo un pero...

-Pero es más abundante una literatura aquejada de rechazo frontal al estilo, de miedo y cautela y de una devoción injustificada y cómica por lo correcto; no hablo de lo correcto políticamente (que también, claro) sino de lo correcto de las formas, ideas de armonía, sobriedad, elegancia, representación, lirismo, tabuización del humor…, que a mí se me hacen muy cuesta arriba. Pero esa es mi opinión, soy el primero que entiende que ‘Magistral’ a muchos se les va a atragantar para toda la vida.

--Lo cierto es que en Magistral

-Hay que decir, en honor a la verdad y a Jekyll & Jill Editores, que la maquetación del texto creó la novela. O acabó de darle forma y dio pie incluso a algunos de sus temas.

--A lo largo de la novela dices que “escribir no es una labor diplomática. No debería haber lugar para la amabilidad en la novela, quien se pierda que se enfurezca, que para eso estamos rellenos de sangre y no de cacahué”. A parte del juego de palabras con el anuncio de los Conguitos…, señalas esa necesidad de escribir para no tener que complacer a nadie más que a uno mismo, lo que supone normalmente vivir al margen, no ser leído. ¿Vale la pena?

-Yo creo que dedicar la Vida a la Gran Obra escrita en una Alta Lengua para Uno Mismo i Prou es la cosa más tonta del mundo. Abomino de los escritores con una Misión y de la palabra Oficio mal empleada, ahí no siento la necesidad de extremar la cortesía, porque no se me puede malinterpretar.

--Por tanto, ¿cuál es tu objetivo?

-Mi objetivo es que lo que escribo pueda leerlo el mayor número de gente posible. Cuando yo leía a Manganelli o a Ceronetti (traducidos) de muy joven, no creo que comprendiese a la primera todo lo que me estaban contando, pero los disfrutaba muchísimo. Aspiro a que el lector no se sienta ninguneado porque no entiende un término, sino que entre, abandone el recelo y se dé cuenta enseguida de que ahí estamos los dos de igual a igual; o no, porque a fin de cuentas yo soy su entertainer y ella o él es quien me paga.

--A colación con lo anterior, a través de ese narrador/autor arrogante y altanero te muestras muy crítico. Con la lengua castellana, con los medios de difusión/comunicación, con la crítica…¿Todo lo que rodea a la literatura en nuestro país es hipócrita?

-Sospecho que si profundizase mucho en ello y volviese a estar al día en materia de crítica, reseñismo o prensa, podría estar de acuerdo en muchos puntos con el narrador de Magistral, pero la realidad es que esa voz está más formada de prejuicios que he tenido que de prejuicios que tengo. Mi postura real: por fuerza debe de ser un ámbito hipócrita: estamos hablando de seres humanos. Pero una de las partes más importantes de la publicación llega ahora, y es saber qué ha leído la gente en Magistral.

--Es curioso que, como traductor, abordes también la traducción en esta obra. Cuando escribes que “Todos empezamos a traducir por el mismo motivo: porque quienes se suponía que lo estaban haciendo no lo hacían, canseis de ser sexys”, ¿qué es, más o menos, lo que pretendes decir?

-Retoma una idea que no recuerdo ahora si menciono en ‘Magistral’ o en algún otro sitio: si no me dan lo que quiero leer, me lo tendré que escribir yo. Me parece natural que muchos traductores literarios deban la decisión de dedicarse a esto a raíz de haberse cruzado con una versión inexacta, poco respetuosa, desacertada o descuidada de una obra. Por ahí va la cosa. El asunto de la traducción lo toco de una manera muy tangencial, porque considero que no tengo suficiente bagaje como para profundizar mucho más, así que es un recurso para abordar las deformaciones necesarias para abandonar el castellano (que es lo que propone el narrador) y tomar por la fuerza el inglés.

--Si en Menos joven

-Bueno, yo proponía sostener una charla con tus ídolos, no destruirlos, pero a Bogdano, el protagonista, la cosa se le iba un poco de las manos. Responder qué literatura debe hacerse y qué literatura no es fácil: literatura buena sí y literatura mala no. No es verdad que tenga que haber de todo, porque no hay tiempo para todo y entonces, necesariamente, existe la posibilidad de que una persona dedique toda su vida a cosas malas. Y sería una pena. Así que intentemos reducir al mínimo lo que no tiene valor. Y ahí entramos en una cuestión de gustos y de juicios donde la verdad es la de cada uno.

--Cosa harto difícil, ¿no?

-Hay una pulsión infantil que no quiero explorar demasiado para que no se me estropee, y es la de querer (inevitable y tiránicamente) que mi ideal de idoneidad sea el de todos y que sea yo quien dé con la clave para convertirme así en el Bien Común Denominador. Son fantasías de grandeza que funcionan como combustible, que tampoco se me alarme nadie: mientras no sea el mejor (ser el peor no entra en mis planes, siento la inmodestia, pero tampoco vamos a jugar a eso) todavía hay posibilidad de ser el mejor.