Ya dije y conté que el día 20 de agosto de 1883, un tren real llegaba a la estación de Castellón, en cuyos andenes profusamente adornados, no faltaba ninguna de las autoridades civiles, militares y eclesiásticas, encontrándose igualmente presentes las representaciones de los gremios y de todas las instituciones de la ciudad de Castellón.

En los alrededores, entre expectante y sofocada por el calor, apretujándose, vistiendo sus mejore galas, tots mudats, una multitud de vecinos formaba con su algarabía un cuadro alegre y pintoresco. Un cuadro que yo completo con la imaginaria pancarta que bien pudiera estar rotulada con el texto de «Castellón de la Plana agradece su visita», como un símbolo del espíritu de nuestras gentes y de nuestro pueblo en su capacidad de acogida para recibir la visita breve de una ilustre personalidad.

BIENVENIDA. La ciudad de Castellón daba la bienvenida a Su Majestad el rey don Alfonso XII. Y fue tan extraordinario el recibimiento, tan cordial la acogida, que el monarca, aunque el hecho no estuviera previsto por el protocolo, tuvo que salir del propio recinto de la estación, recoger de cerca el saludo vibrante de los castellonenses y, ante la sorpresa de su séquito acompañante, mostró deseos de visitar la ciudad.

Después del consiguiente revuelo, hubo que buscar apresuradamente, un faetón de alquiler para que Alfonso XII, acompañado por las primeras autoridades locales y seguido entre vítores por toda la ciudadanía, pudiese adentrarse por nuestras calles. Bordeó el Paseo de Ribalta de muy reciente aparición en aquel tiempo, enfiló la calle Zaragoza y la comitiva recorrió lo que vulgarmente se llama «la vuelta de la procesión», algo tan casero.

Durante el trayecto, la conversación entre los ocupantes del carruaje tuvo que ser forzosamente breve. Pero nuestros ediles aprovecharon la ocasión para agradecer personalmente al rey la concesión de Constante a la ciudad de Castellón, que ya ostentaba los títulos de Fiel y Leal.

Alfonso XII, mientras saludaba al gentío, les recordó que también había concedido --el 15 de enero de 1876-- el tratamiento de Excelentísimo al Ayuntamiento.

EL NOMBRE. Al visitante que se acerca a nosotros con una mediana afición etimológica o semántica, le sorprende el nombre de Castellón para una ciudad que se extiende en la llanura, sin vestigio alguno de fortaleza militar a la que parece aludir su nombre. Ni hubo héroes mitológicos que levantaron las murallas, ni hubo aquí alcázares maravillosos sobre los cuales pudiera volar la fantasía. El hecho fundacional de Castellón, mezclado con multitud de detalles folclóricos, todavía está abierto a la investigación.

En el cerro de la Magdalena tiene la ciudad su viejo solar, la colina situada al pie de la sierra del Desierto de las Palmas. En la cima, unos metros de murallas y torreones certifican la paternidad de este antiguo Castelló, diminutivo de castillo.

La partida de nacimiento de Castellón está fechada el 8 de septiembre de 1251 en Lérida, desde donde Jaime I concedió su real permiso para el traslado del monte al llano. Con este traslado, que la tradición sitúa en el tercer domingo de Cuaresma de 1252, nacía Castellón de la Plana, ciudad que vista desde fuera, llegando a ella por cualquiera de sus muchísimos accesos, presenta un bellísimo pero extraño aspecto de aglomeración urbana, en la que apenas se adivinan las trazas del recinto amurallado, y que a finales del siglo XVIII, al ser derribadas las murallas, se establecieron las bases urbanísticas de hoy, que a pesar de las servidumbres que el desarrollo suele cobrarse en todas las ciudades, conservan su encanto provinciano, con sus entrañables tradiciones y costumbres, sus leyendas fielmente transmitidas y hasta su mitología familiar y casera, pero en la que manifiestan todas las vibraciones del alma de un pueblo.

Y, mientras el tiempo avanza, se pone más de relieve la infraestructura y el auge de la artesanía y comienza a aparecer la vocación exportadora de la burguesía castellonense y se inicia un tímido despegue industrial que va tomando fuerza con el tiempo, hasta la actual realidad de una intensa actividad mercantil con la industria, la agricultura, los servicios y el turismo, importantes fuentes del abanico de posibilidades futuras de Castellón.

EL GRAO. No está ni cerca ni lejos; simplemente es Castellón y a través del entrañable Grau, los castellonenses nos asomamos al mar. O al Pinar, popular y cosmopolita, al tiempo que las grandes industrias hacen guiños al espléndido puerto pesquero, como puerta abierta para todos…