El doctor en Filología Románica y catedrático de Escola Universitaria de la UJI Lluís Gimeno Betí es el encargado de redactar el informe técnico obligatorio que se incorporará al expediente para la normalización del topónimo de la ciudad -con las formas Castelló de la Plana y Grau de Castelló-. Su designación -que vivió en directo desde el salón de plenos- se aprobó en la sesión de este jueves, en la que se dio luz verde al inicio de la tramitación para eliminar la doble denominación.

Atendió al diario Mediterráneo y reconoció que para él es «un honor» poder contribuir a normalizar el topónimo de la que es su ciudad. Como especialista en Historia de la Lengua, la discusión de cuál es el nombre originario de la ciudad «no da para más de 10 minutos», porque «la etimología es muy clara y el topónimo original es Castelló». Su informe, que está elaborando y que prevé entregar la próxima semana al departamento de Normalització Lingüística del Ayuntamiento, se basa en la historia del léxico y se remonta al Llibre dels Feits del rei Jaume I, donde ya aparecía Casteyllo de Burriana. «El origen es claro, se trata del latín castellum con el sufijo diminutivo -one: Castellone, castellet», explica. «Tenemos 800 años de textos en latín, literarios, científicos o filológicos, por lo que el estudio de las lenguas que provienen de él es inequívoco, muy claro», mantiene.

LÉXICO E HISTORIA

«El informe se basará en argumentos etimológicos, que es lo que he estudiado, habrá una parte de aportación histórica, centrada en documentación en la que aparecen las primeras denominaciones de la ciudad en latín, y en otra parte, la final, haré referencia a los informes emitidos para evidenciar que este tema ya viene de lejos, en el año 1981, por el cronista de la ciudad, Ángel Sánchez, la Societat Castellonenca de Cultura y el Rectorado de la Universitat de València, suscrito por Manuel Sanchis Guarner».

«Es lo que yo puedo aportar en este proceso», manifiesta. Además, matiza que, en la denominación única del nombre de la ciudad, «no se recupera nada, lo que se hace es poner en el mismo nivel o, por encima, el topónimo original y originario en la lengua que se creó». Respecto a la forma Castellón, «se impone mucho a partir del siglo XVIII, con el Decret de Nova Planta, de forma que Castelló no aparece en los escritos, porque la lengua oficial era el castellano. A partir del XVIII, sí que hay documentación, pero los orígenes no son esos».

«Cuando una sociedad quiere borrar la lengua, lo primero que hacen es castellanizar los nombres propios, de personas y de lugares» apuntó Gimeno Betí.