El despertador no suena. Me levanto a las 08.30, cuando la luz del sol entra con fuerza en la habitación. María llega a casa sobre las 09.00 y aprovecha para sacar a pasear a la perrita. No viene tan cansada como la vez pasada. Esta guardia ha sido más tranquila.

Desayunamos todos juntos y nos preparamos para hacer los deberes del día. Hoy toca Castellano, Valenciano, Sociales y Matemáticas. Mi mujer se encarga de casi todo y así puedo trabajar un poco con el ordenador. Tengo que cerrar el trimestre, calcular las retenciones, el IVA y demás. No hay tregua. No hay paz para los autónomos. Entonces me viene a la mente un terrible post que leí anoche en Facebook en el que un conocido imbécil insultaba la inteligencia de los trabajadores por cuenta propia. El mundo está lleno de irresponsables, insolidarios, soplagaitas, mamarrachos, indeseables, mamelucos, tuercebotas, liposuccionados mentales, pagafantas progubernamentales, mercenarios de la desvergüenza, canallas, felones, rascapanzas y gérmenes de la postmodernidad. Y parece que todos han decidido mostrar en público su lado más abyecto aprovechando estos días.

Por cierto, la web Mestre a casa tampoco funciona. Y la excusa de que esa plataforma se hizo deprisa y corriendo, en apenas cinco días, y que debemos estar agradecidos por tenerla aunque sea funcionando como un tractor viejo y desvencijado ya no sirve. Bueno… Nunca sirvió. ¡Antes, antes, decía mi abuela! Pero es que, además, ya llevamos 15 días de encierro. Se podría haber actualizado si a alguien con poder en el Gobierno autonómico le hubiera interesado hacer bien su trabajo. De hecho no lo digo solo yo. Prestigiosas plataformas digitales infantiles también critican ese desastre de web de la consejería de Educación. ¿De qué sirven las casi diez mil tabletas 4G cuya compra y reparto anunció Ximo Puig el otro día si la web a la que se han de conectar apenas anda? ¿Quién dirige nuestros destinos en lo universal? ¿Gruñón, Tímido, Dormilón, Mudito, Feliz, Sabio y Mocoso?

A mediodía recibo un wasap de mi compañera Patricia. Me dice dos cosas. La primera es que lee esta humilde columna cada día y que le encanta la caña que doy. La segunda es que, por muchas abdominales que haga, si sigo comiendo rollitos fritos de jamón y queso, emparedados de Nocilla y salchichas con kétchup y mostaza no perderé peso en la vida. Me río. Me río mucho. Pero no hago caso. Seguiré comiendo con mis hijos esas chucherías, me digo a mí mismo, porque es de los pocos pecados que me puedo permitir en este encierro. No fumo, no bebo alcohol y solo tomo las drogas que me pauta el doctor.

A las 13.30 acabamos las tareas del colegio. Hoy hemos vuelto a apretar. No dejamos nada para la tarde. A la hora de comer preparamos una gran ensalada para los mayores y patatas al horno para los pequeños. Acabo de decir que no haría caso. Pero sí lo hago. ¡Perra vida! En la sobremesa, mientras ellos juegan con sus tabletas, ponemos Netflix y empezamos a ver Ozark. Una serie curiosa. No es Breaking Bad, no es tan compleja, pero, por alguna razón, engancha casi de la misma forma.

Por la tarde montamos el Inkognito en la mesa del salón y echamos la madre de todas las partidas. Los pequeños han aprendido a jugar. Se desenvuelven con soltura sobre el mapa de una Venecia oscura y llena de espías. Y así ha pasado otra jornada sin que escriba ni una sola línea de mi nueva novela. ¡Maldito virus!

*Escritor