Nos despertamos a las 8.00. Mis hijos vienen a darme los buenos días y enseguida desaparecen en dirección al despacho. Van a jugar con sus tabletas y a charlar con las gemelas.

A las 9.00 llega mi mujer. La guardia ha sido tranquila, dice, aunque aparece con una erupción bastante fea en la garganta y las mejillas. La mascarilla le genera molestias. Entonces me acuerdo del inefable ministro Salvador Illa y la consejera Ana Barceló. Y dudo. Y me pregunto… Si han podido ahorrarse dos pesetas adquiriendo mascarillas de pélamela, de las que pueden provocar erupciones o cualquier otra cosa, en lugar de las más seguras e hipoalergénicas... ¿Se las habrán ahorrado? Es vox populi que las mascarillas que usaban los sanitarios valencianos hace dos meses le daban mil vueltas a las actuales. Así nos luce el pelo.

A las 9.30 nos sentamos a desayunar. Como el lunes pasado, María ha parado en la pastelería y ha comprado ensaimadas, cruasanes de chocolate, coca malfeta de Nocilla, barritas de chocolate y alguna que otra chuchería más. Yo preparo café, exprimo naranjas y pongo la mesa. Este desayuno no lo tomaban ni los mimados faraones del antiguo Egipto. Ni los dioses del Olimpo. Ni los emperadores romanos. Ni los reyes godos. Este desayuno no lo tomaba ni el mismísimo Carlomagno en Aquisgrán. ¡Qué digo! Ni los emperadores del sacro Imperio Romano Germánico. ¡Qué digo! Este desayuno no lo tomaban ni los zares de Rusia, ni lo tomaron Vladímir Lenin, Iósif Stalin, Nikita Jruchchov, Leonid Brézhnev, Yuri Andrópov, Konstamtín Chernenko o Mijaíl Gorbachov en su puta vida. Bueno, Gorbachov tal vez sí, pues en los años 90 ya comía en McDonald’s.

A las 10.30 nos ponemos con los deberes. Hoy tenemos Castellano, Valenciano, Matemáticas e Inglés.

A las 12.00 salgo a comprar el pan y el periódico. A ver qué buenas nuevas nos trae el cuarto poder.

Leo que Castellón se vuelca con sus hosteleros para que bares y restaurantes abran el lunes que viene. Me alegro mucho. La reclamación de los restauradores es casi unánime, sea cual sea el municipio en el que trabajan. Quieren que se les exima del pago de la tasa de ocupación de vía pública y que se les permita ampliar sus terrazas. Yo apoyo esta petición. Es de ley. Es lo que toca hacer.

También leo que los alcaldes de los municipios costeros reclaman poder abrir sus playas. Me parece muy bien. Siguen estando acertados. Ya he dicho en varias ocasiones que los alcaldes son la última línea de la serenidad institucional. Son los que mantienen el tipo en los momentos de crisis. Representan la dignidad en un mundo político indigno.

Para comer preparo una dorada con verduras al horno. A los niños no les gusta mucho pero a mi mujer le encanta. Con su tomatito, su cebolla, sus patatitas…

Durante la sobremesa vemos varios episodios de Mujeres trabajadoras, una comedia ácida que emite Netflix.

A las 17.30 salimos a dar nuestro paseo diario. Caminamos sin rumbo por el PAI Lledó. Se ve muy animado, con padres, niños y mascotas por todas partes. Hay quien cumple las normas y quien no. Hay de todo, como en botica.

A las 20.00 salimos a aplaudir. Somos pocos y encima no parió la burra, como no dice el refranero. Esto se acaba.

Cenamos algo de lomo a la plancha y una ensalada.

Y así pasa un día más sin que haya escrito ni una sola línea de mi nueva novela. ¡Maldito virus!

*Escritor