Ya saben los habituales lectores que en la playa de la Almadraba, entre las del Torreón y el Voramar, planto cada verano mis días vividos y mis noches soñadas. Y allá al fondo, sobre el horizonte, gusto de imaginar el humo de los barcos. Y aparecen cada día gran número de personas que disfrutan de la magia de la playa de Benicàssim, en ese entorno de secano junto al mar y su paseo marítimo que permite acercarse al grupo de espléndidas villas de principios del siglo XX.

Está escrito que las primeras residencias empiezan a construirse ya en 1887, al tiempo que se efectúan las obras de implantación de la vía del llamado ferrocarril del Norte. El ingeniero responsable, Joaquín Coloma Grau, no tarda en aprovechar la virginidad del paisaje y decide convertir la bahía y el secano junto al mar en el lugar idóneo donde su familia puede estar de vacaciones mientras él desarrolla su trabajo como ingeniero responsable de las obras en el mismo entorno.

LAS VILLAS. A partir de entonces el nombre del ingeniero Coloma va unido al nacimiento de casi todas las villas, ya que la burguesía de Valencia y de Castellón descubre sus encantos y esas familias se convierten en los primeros veraneantes, construyéndose nuevas viviendas.

El ilustre vila-realense Carlos Sarthou Carreras y dentro de su libro Impresiones de mi tierra dejó escrito algo que debe recordarse, que siempre ha constituido lo más intenso de la campaña estival. Y es que afirmó aquello de que, a la orilla del mar y tan cerca de sus aguas que parecen expuestas a algún revés de los bravíos temporales de invierno, se alzan sobre la playa y en correcta formación, lindos y lujosos chalets, de construcciones arquitectónicas caprichosas y rodeadas de exuberantes jardines. La amenidad de la playa tan a propósito para bañarse son un lugar concurridísimo por gente chic.

EL CASERÍO. En la década de los años 70 del siglo XX, tuve ocasión de ser empresario y presentador del Parador de Fiestas El Caserío, en Vila-real durante las fiestas de Mayo por Sant Pasqual, con don Samuel Garrido como alcalde. En la pista iluminada lucieron con todo esplendor Isabel Pantoja, recién llegada al mundo del espectáculo; Rocío Jurado, Mari Carmen y sus muñecos y otras tantas estrellas. Hoy pongo el acento y la imagen de Antonio Machín, que con nosotros se despedía del espectáculo.

Machín llegó pronto a El Caserío y programamos el ensayo con la orquesta y la actuación. Y quedaron tres o cuatro horas libres, para comer y descansar. Pero el cantante mostró gran interés en ver el mar. Me lo llevé al restaurante del Náutico y entre los temas de conversación aparecieron las maracas y el mar. Y entonces noté que se excitaba ligeramente de la emoción del momento

LAS MARACAS. «Vivo el ritmo, es lo más sagrado para mí. Por eso las maracas son tan importantes en mi trabajo».

Desde el Náutico tuvimos que acercarnos más al mar. Elegimos las playas de Benicàssim, con resonancias de Cuba.

Entre unas cosas y otras supe que Machín se llamaba en verdad Antonio Abad Lugo Machín y nació en Cuba el 11 de febrero de 1903, en el seno de una familia modesta, de unos quince hermanos. Todos tuvieron que trabajar. Fueron sus padres un emigrante gallego, José Lugo Padrón, y una afrocubana, Leoncia Machín, una mujer muy atractiva.

Pronto se manifestó su afición al canto y a las maracas. Alternaba su trabajo de joven albañil con la canción en la iglesia, en los teatros y tras la pantalla del cine mudo de su ciudad, Sagua la Grande. Algunas veces se unió a grupos de músicos ambulantes que pasaban por su ciudad camino de La Habana para actuar.

Con ciertas dificultades, llegó a La Habana en 1926, donde su inicio como solista en los cafetines y casi siempre con un guitarrista llamado Miguel Zaballa, su gran éxito fue Aquellos ojos verdes.

SEVILLA. En 1930, se trasladó a Nueva York, como cantante de una orquesta de moda. Y tuvo su primer amor con una joven directora francesa, llamada Line, cuya orquesta contrató a Machín para actuar en Suecia. De allí pasó a París y de allí vino a España y con él llegó también su primer gran éxito con su canción Angelitos Negros, un bolero ya conocido en todo el mundo.

Lo cierto es que aterrizó con mucha ilusión a España, la tierra donde había nacido su padre, desde donde iba y venía muy a menudo a Madrid, y donde prolongaba su estancia, aunque siguió recorriendo Europa y de modo especial España. Y con una relación especial, con Sevilla, donde estaban domiciliados unos familiares de su padre, y donde tiene una calle a su nombre. Y allí contrajo matrimonio en 1943 con la española María de los Ángeles Rodríguez, y siguió creando y grabando sus canciones.

Antonio Machín falleció en Madrid el 4 de agosto de 1977, y fue trasladado desde la capital española hasta Sevilla donde fue enterrado en el cementerio de San Fernando con todos los honores.

Entre sus múltiples creaciones, hay que citar sus grande éxitos: A Baracoa me voy, Angelitos Negros, Aquellos ojos verdes, Cuando calienta el sol, Dos Gardenias, El Manisero, Espérame en el Cielo, Madrecita, Mira que eres linda, Quizás, quizás, quizás, Somos novios, Tengo una debilidad, Ya sé que tienes novio, Yo te diré, Solamente una vez…