Me despierto a las 08.00. Mi mujer ya lleva un buen rato leyendo noticias en su móvil. El sol entra por la venta anunciando un nuevo día. Un primero de mayo diferente, sin manifestaciones, sin turistas, sin paseos por la playa, con los restaurantes cerrados… Diferente y peor.

Bajo a mi perrita y preparo el desayuno. Café, leche con cacao y zumo de naranja. Vamos a empezar. Vamos a arrancar los motores y a despegar. Hoy no necesito música. Me basta con el sol. A las 09.30 empiezan a llegar mensajes. Mónica me gradece lo que escribí sobre su restaurante. Ernesto y Juan Carlos me mandan sendos chascarrillos. Suso me dice que si no fuera por el coronavirus hoy estaría en Viena. Y mi suegro nos dice que anoche se lo pasó pipa viendo monólogos de Gila en Youtube.

Le doy un vistazo a la prensa digital y constato aquello que siempre digo. En política no importan las siglas, sino las personas. Mientras la ministra Teresa Rivera insulta la inteligencia de los restauradores y les falta al respeto, diciendo eso de que si no quieren abrir con un 30% de aforo pues que no abran, mostrando al mundo una falta de empatía impropia de un alto cargo, avergonzando a propios y extraños, vemos que en Aragón la cosa es bien distinta. Haciendo un alarde de sinceridad, de arrojo y de valentía, el presidente Lambán ha afirmado que es mucho más importante salvar la vida de sus conciudadanos que salvar la carrera política de Pedro Sánchez. ¡Olé, olé y olé! Él mismo se ha colocado en el disparadero. Las tropas sanchistas no le perdonarán jamás tal afrenta, pero él, consciente de su dignidad, ha puesto los valores universales por encima de todo. Lo tengo claro. Como maño de corazón apoyo a Lambán, ahora y siempre.

La diferencia entre el gobierno central y el local es abismal. Donde Sánchez no aporta nada, el equipo de Amparo Marco se moja y afirma que ampliará las terrazas y los horarios de los bares durante la reapertura. Muy bien por la alcaldesa. Si el consistorio apoya a los restauradores, allá donde tiene competencias, se podrá aliviar algo su pesada carga.

A las 10.00 nos ponemos con el repaso. El mayor practica las divisiones y el pequeño las multiplicaciones. A las 11:00 bajo a comprar el pan y el periódico. La ciudad duerme. Se nota que es un día festivo. Cuando vuelvo a casa veo que mi mujer ha cortado taquitos de jamón, de fuet y de queso. Ha abierto una Schweppes de limón y me espera para tomar el aperitivo. ¡Qué maravilla!

A las 12.30 salgo a la terraza, me siento al sol y me cubro el rostro con un sombrero Panamá para hacer la siesta del borrego. Sueño con un mundo mejor. Uno en el que el Gobierno de la nación está formado por personas competentes, hábiles, sinceras, comprometidas, dignas, responsables, leídas, coherentes, instruidas y valientes. Me despierto y estallo en una sonora carcajada.

Para comer preparo de nuevo hamburguesas. Con carne picada a la que añado ajitos tiernos, cebolla, piñones, perejil y algo de pimienta. La receta no es mía, me la dio Rosa Marco. Las acompaño con una buena ensalada y patatas fritas. Los niños apenas prueban lo verde. Son carnívoros natos. A media tarde me voy con mis hijos a pasear. Esta rutina vespertina nos va muy bien. Hacemos piña y nos reímos de todo y de todos.

Y así pasa un día más sin que haya escrito ni una sola línea de mi nueva novela. ¡Maldito virus!

*Escritor