La Vilavella tiene tres fiestas de barrio que definen la idiosincrasia de este municipio, que generan sanas rivalidades y sus respectivos sentimientos de identidad y pertenencia, pero hay dos momentos en el año --por lo que respecta a las celebraciones populares-- en los que el pueblo es solo uno: en enero, por Sant Sebastià, y en septiembre, en Festa la Vila.

La proximidad del otoño trae fluctuaciones meteorológicas, el riesgo de lluvias y todo lo que ello supone para una programación que se desarrolla prácticamente en su totalidad en la calle, pero no hay precipitación que mitigue el entusiasmo que desde ayer se vive en cada rincón de la Vilavella, porque la fiesta de sus peñas, la de todos, ya está aquí.

Dar forma al programa ha sido todo un reto para el equipo de gobierno que lidera Carmen Navarro. Las circunstancias políticas por las que ha atravesado el Ayuntamiento en los últimos meses han acortado ostensiblemente el tiempo que queda cada cuatro años tras las elecciones municipales y «cuando tomamos posesión prácticamente no había nada cerrado». Aunque la máxima que repite la alcaldesa está detrás de los actos que se celebrarán los próximos días: «Las fiestas están inventadas, desde hace muchos años; el esfuerzo que debemos hacer es, cada vez, tratar de incorporar una chispa de color, de humor, de alegría, sin cambiar la esencia», dice Navarro.

Y eso es lo que ha intentado el consistorio con una novedad «que nos ha hecho especial ilusión: la creación de un punto violeta que asesorará y dará información a los vecinos y visitantes para evitar actitudes machistas y agresiones sexistas durante la semana de las fiestas. Es un gesto pequeño y modesto, pero importante por lo que supone».

Más allá de esa aportación, la Vilavella ofrecerá lo que mejor sabe: cordialidad y unidad. Porque para Navarro eso es lo más importante, «que estos días no haya diferencias, ni políticas ni de ningún tipo, porque las celebraciones son de todos».