Pocas parroquias pueden decir que el mismo sacerdote que les bautizó, también les administró la sagrada comunión o les unió en matrimonio. Es el caso de mosén Nicolás Pesudo Llácer, cura hasta hace poco de Nuestra Señora de los Ángeles de Cortes de Arenoso y también encargado de la iglesia de San Vicente Ferrer, de San Vicente de Piedrahita.

Tras 50 años y un mes de su vida dedicados a la pastoral en estas comunidades cristianas del Alto Mijares, le llegó por fin la merecida jubilación. A sus 77 años reconoce que «la vida de un cura de pueblo es totalmente diferente a la de uno de ciudad, porque aquí las cosas se tienen que tomar con tranquilidad y sosiego». Y añade: «Da mucha satisfacción encontrar a personas en el camino que te ayudan ante las dificultades que uno encuentra para evangelizar, en contraposición a los problemas que obstaculizan tu labor y que provienen de instituciones u organismos».

Su vida, reconoce, ha estado plagada de buenos momentos «que solo se pueden disfrutar y vivir cuando estas en las alturas», afirma, en referencia a la zona de montaña. «Aquí se tiene tiempo para rezar, para estar en verdadero contacto con la gente, siendo un auténtico discípulo de Jesucristo; que estaba con los suyos y que tenía espacio para entrar en comunión con todos», señala.

«La vida pastoral aquí se ajusta o debe ajustarse muchas veces a la realidad de lo que se vive. Por ejemplo, con el consentimiento de los padres, yo administré la primera comunión a nueve jóvenes que ya habían cumplido los 12 años, cuando en general esta se da en torno a los ocho», dice.

Grandes cambios

Mosén Pesudo es consciente de que la vida ha cambiado mucho desde que él llegó a estos lugares para desempeñar su ministerio como sacerdote. «En lo religioso antes se vivía el nacional-catolicismo. Ahora todo es distinto. En lo sagrado, la gente está más fría. No obstante, siguen existiendo personas samaritanas que se dejan guiar por Dios», afirma.

Sus fieles lo consideran «un hombre bueno, pero peculiar», hasta el punto de que, para ayudar a la gente de sus parroquias que padecía hambre, se dedicó a plantar avellanos para crear trabajo y que los vecinos pudieran sobrevivir. Después llegaron a los huertos parroquiales las preciadas trufas, que servirían como ingreso para sufragar los gastos emanados de ambas iglesias.

Ahora, ya jubilado, seguirá viviendo en Cortes de Arenoso, donde conoce a todo el mundo y disfruta de una gran paz interior. Y tendrá tiempo para ayudar a su sucesor, mosén Servilien Ndagijimana, en su labor religiosa.