El confinamiento por el estado de alarma debido a la pandemia del covid-19 se sobrelleva, aunque sea paradójico, de muy diferentes maneras, según donde residas. Esta forma de vivir excepcional es particularmente extrema en los pequeños municipios del interior de Castellón, habituados a la reclusión, pero cuya preocupación aumenta en esta crisis por la falta de recursos. El principal factor para que estas localidades redoblen las medidas de aislamiento es el alto número de gente mayor que vive en ellos. Así, en poblaciones como Castillo de Villamalefa, Castell de Cabres, Herbers, Ares o la Todolella, ayuntamientos y vecinos han ideado medidas adicionales para prevenir al máximo la entrada del coronavirus en sus casas.

En Herbers, como explica su alcalde, Daniel Pallarés, han modificado algunos hábitos: «El camión del butano deja las bombonas en la entrada del pueblo; desde el Ayuntamiento vamos hasta allí, las desinfectamos y se las llevamos a las casas de los vecinos».

Un ejemplo similar lo encontramos en la Todolella. «Nuestro alguacil realiza la compra para los vecinos mayores y se la traemos a sus casas, evitando que tengan que salir a la calle», explica su alcalde, Claudio Guardiola. «También les bajamos la basura y estamos a su disposición para cualquier necesidad que les pueda surgir», añade. Además, han repartido más de 1.000 kilos de naranjas entre sus vecinos. «Hemos recibido una donación de cítricos y así reforzamos la ingesta de vitamina C en estos días tan complicados», comenta.

FUERA DE COBERTURA / En Ares, el confinamiento está siendo especialmente duro por la falta de cobertura. Según explica su alcaldesa, Esther Querol, la coyuntura es extrema. «La mayoría es gente muy mayor, la sensación de desamparo es total», recalca. El consistorio ya ha trasladado la denuncia por los problemas de cobertura, pero, en el contexto actual, la situación es «crítica».

Los 35 habitantes del Castillo de Villamalefa están acostumbrados a vivir con poco contacto social. «En invierno hay días que ni siquiera te encuentras con nadie», dice uno de los lugareños. Su alcalde, Diego Gallén, compagina el confinamiento con su trabajo con los Bomberos de Castellón, así que cuando no trabaja, regresa al municipio y se dedica a sus vecinos. «Nos toca desinfectar tanto el Castillo de Villamalefa como la pedanía de Cedramán», señala Gallén, que destaca también que «desde el Ayuntamiento nos encargamos de la compra del pan, una vez por semana; y después ellos lo congelan para tener para varios días».

Los días en Castell de Cabres, con seis habitantes (es el pueblo menos habitado no solo de la provincia, sino de la Comunitat Valenciana), serían prácticamente iguales que el resto, de no ser por las medidas por el covid-19. «Estamos acostumbrados a esta soledad, aunque tienes miedo porque la población es muy vulnerable», sostiene su alcaldesa, María José Tena, que se desplaza a Morella para atender encargos.