¿Qué tendrá la muerte que nos atemoriza, nos conmueve y nos fascina a partes iguales? Aunque es el final inevitable para cualquiera que esté vivo, la muerte, a menudo, forma parte de la existencia de todos los demás y cuanto más alejada en el tiempo, más simbólica y más cargada de interés para quienes, más pronto o más tarde, seguiremos el mismo camino.

Porque las casi 200 personas que se confabularon contra influencias culturales importadas en la ruta denominada Açò no és Jàlogüin, mostraron ayer en la Vall d’Uixó mucho interés por cómo y a ser posible por qué, habían muerto aquellos hombres y mujeres que cientos o miles de años antes poblaron las tierras que ahora pisamos. Y es que no es lo mismo saber que en la calle Cervantes se encontró durante unas obras un cementerio musulmán con numerosos cuerpos sepultados siguiendo sus ritos y orientados como siempre hacia la Meca, que tratar de averiguar qué les pasó, en qué momento y de qué forma les llegó la muerte.

Misterios sin resolver

Algunas preguntas no tienen ni posiblemente tendrán respuesta, porque las investigaciones científicas poco pueden desvelarnos sobre las emociones. Y es que durante dos horas, valleros del siglo XXI y los que sin saber que serían valleros fueron los antepasados directos de quienes habitan hoy el mismo territorio, conectaron. Vidas más o menos influyentes que hoy protagonizan relatos que al menos resuelven una de las dudas principales: cómo llegamos hasta aquí. Y aún con misterios por resolver, el hecho fehaciente es que quienes recorrieron la ruta por los cementerios, enterramientos y necrópolis de la Vall, dieron cumplimiento a una de nuestras tradiciones más arraigadas por estas fechas: recordar a los que ya no están y visitarlos, como si nunca se hubieran ido.