La semana pasada, con harto dolor, asistí al tanatorio a dar el pésame a los familiares de Rafael Lloret. Era lógico que me encontrase con numerosos amigos comunes que sentimos profundamente la ausencia de un ser bueno, desprendido, afectuoso y siempre risueño. Entre muchas frases que escuché en su homenaje, hubo una que me llamó poderosamente la atención por la filosofía que en ella se encerraba. La pronunció, mientras nos fundíamos en un abrazo, Valeriano Barberá, en referencia a las obras del costumbrismo castellonense de las que su padre fue autor y que tantas veces Rafael había llevado a la escena, con inimitable gracia: «El autor muere cuando mueren sus intérpretes», dijo. «Nuestro Castelló se nos va». Razón tenía. Al día siguiente, en el desarrollo de las exequias fúnebres, coincidí al lado de Joan Prades el Xato, otro de los grandes actores locales que dieron cabal vida a Sento, el protagonista de El meu raval.

Hoy me acuerdo de autores muy grandes como Benavente, Valle, Buero, Pemán, los Quintero… y tal vez el mejor de todos, el único que aún ve representados algunos de sus dramas: Lorca. Murieron aquellos que en la escena dieron vida a sus personajes: Enrique Borrás, Ricardo Calvo, Rafael Rivelles, Mariano Asquerino, Pepe Isbert, Leocadia Alba, Margarita Xirgu, María Guerrero, Rosario Pino… y abandonaron los escenarios las obras que sus autores escribieron y que en su momento tuvieron un éxito de clamor. La ascendente espiral de la evolución es el auténtico poder del designio existencial, nos guste o no. A los viejos ya casi se nos prohíbe ser románticos. Es lo que hay.

*Cronista oficial de Castelló