Decía Sócrates que «una vida sin reflexión no merece ser vivida». Pero el filósofo no conocía los actuales campos de deporte con la masa de espectadores rodeándolos ni las tertulias de los medios con discusiones generalmente banales ni los espectáculos masivos que hacen inaudibles las conversaciones. No, Sócrates no conocía todo esto. Entonces surge la pregunta obvia: ¿dónde está hoy el lugar para la reflexión? Casi no cabe en este agitado mundo.

La verdad es que dedicamos poco tiempo a nuestra interioridad, vivimos alejados de ella y contemplando demasiado lo exterior. Nos olvidamos de aquel aforismo agustiniano: «No salgas de ti, vuelve a ti, en el interior del hombre habita la verdad». Que tiene mucho que ver con el «Conócete a ti mismo». Es verdad también que quien conquista a los demás es alguien poderoso, pero conquistarse a uno mismo es cosa de sabios. El lector decide: reflexión, meditación o vivir «fuera de casa». Aunque las dos opciones, en su justa medida, son compatibles.

Reflexionar, dedicar un tiempo a nosotros mismos en la serenidad del silencio es, sin duda, un placer, pero no en el sentido del hedonismo efímero, sino en la satisfacción personal y prolongada del sujeto. Pasamos de puntillas sobre cuestiones trascendentales que mueven a la conciencia: ¿qué sentido tiene mi vida? Una breve pregunta para una larga reflexión.

*Profesor