Atravesamos fatídicos momentos, a causa de una pandemia de la que, ni siquiera los que hemos superado con creces la setentena, hemos conocido otra semejante. Habría que retrotraerse a las epidemias coléricas de finales del siglo XIX o de «la cucaracha», hace cien años, para encontrar en nuestra tierra un panorama tan aciago de pestilencia semblante.

El inolvidable cronista Luis Revest, en un artículo sobre la Ermita de la Magdalena, publicado en el benemérito Boletín de la Sociedad Castellonense de Cultura, escribía textualmente: «El 10 de abril de 1375, el Consejo de Castellón abonaba en cuenta al síndico lo gastado para limosnas en la procesión del Castell Vell».

Ratificación de este acuerdo pueden ser otros dos tomados el mismo día: el primero habla de la asistencia prestada por el vicario Canit al pueblo, en la mortandad que le afligía entonces; el segundo trata de los grandes quebrantos, consecuencia natural de la merma de recibos, que por la misma hecatombe sufrían en sus intereses los arrendatarios de la pecha.

EN OPINIÓN DE Revest, precisamente al terrible azote, que los historiadores medievales denominaron «peste negra», se debe la primera mención de una peregrinación al cerro nativo de la localidad. Esta romería, inicialmente penitencial, como las de Les Useres o Castellfort, se hizo para implorar a Dios su misericordia a fin de alejar de Castelló el terrible mal de la peste bubónica, que si bien se originó en el año 1348, tuvo constantes recidivas en el siglo XIV y en los dos posteriores. Esperemos que esta plaga de hoy no llegue a aquellos extremos. «Deo speravi».

*Cronista de Castelló