Mi suegra ha recibido una carta de Gobierno informándole de la subida del 0,25% en su pensión. La buena mujer me preguntó que de que iba aquello y no le quise dar el disgusto. Le conté el cuento de que la carta era de Hacienda para la declaración de la renta.

Pero claro, la buena mujer que es un auténtico encanto de las que se hace querer, vio las noticias del Telediario en las que miles de jubilados se lanzaron a las calles «contra las pensiones de miseria» Se lo tuve que explicar. Y ella, a sus ochenta y pico años, me dijo que tenían toda la razón del mundo.

Unas pensiones que deberían estar garantizadas para mantener una calidad de vida mínima después de una vida de penurias. Y que, sin embargo, se han convertido en la enorme y silenciosa red social de apoyo a los parados de larguísima duración. Un verdadero «fondo de resistencia» involuntario de la clase media y trabajadora. Lleno de dolor y de esfuerzo para llegar a final de mes durante años. Para pagar deudas de aquellos que por lógica ya debían haber abandonado el nido y que se han visto obligados a volver a él con su mujer o marido e hijos.

Y estos abuelos, y sobre todo abuelas, se han tenido que ver obligados, con todo el amor y una sonrisa hacia sus nietos, a volver a gestionar su escasa pensión y repartirla.

La cartita de marras, con el anuncio del incremento del 0,25%, podría haber tenido como mínimo un: «muchísimas gracias… otra vez». No pasaría nada. Sería justicia. Los que no tendremos pensión ya nos apañaremos.

*Abogado. Urbanista