Posiblemente hoy, Día Internacional de la Mujer Trabajadora, haya más mujeres leyendo esta columna que otros jueves. Tal vez porque la huelga general femenina convocada para este 8 de marzo ha tenido su efecto y se ha paralizado el país y les permite ir al bar a tomarse un cortado relajadamente, antes de ir a la manifestación que necesariamente debería ir unida a un día de huelga general. Y que, gracias a las organizaciones sindicales será un éxito en toda España… o, mejor, en todo el mundo.

Sin embargo, lamentablemente no creo que esto sea así. Las mujeres tienen tatuado en su ADN un grado de responsabilidad tan alto que estoy seguro que no dejarán de hacer la comida para sus maridos e hijos, ni dejarán de hacer la compra, ni pondrán en juego su precario puesto de trabajo, con un sueldo menor que el de su compañero, pero absolutamente necesario para sacar a su familia adelante. Porque el peor enemigo de esta huelga es precisamente contra lo que se lucha: la precariedad, la inseguridad laboral, la brecha salarial, el techo de cristal, el acoso sexual y laboral o los ninguneos.

Tenemos presidentas y alcaldesas, presidentas de organismos internacionales, y la cosa no es que haya cambiado mucho. Si se me permite, es posible que incluso haya ciertos vientos retrógrados que nos quieran hacer retroceder en los avances conseguidos por las mujeres. La primera barrera a vencer es la de las propias mujeres en el poder que deben utilizar los instrumentos que poseen. Ojalá esta huelga sirva para que en los años 20 la Mujer Trabajadora pueda celebrar su igualdad.

*Abogado. Urbanista