La semana próxima esta columna toma vacaciones durante agosto. Nuestras calles se están vaciando, la gente huye de la ciudad. Quizá a la vuelta --no sé si será muy precipitado-- estas calles vacías se encuentren asediadas por los “pokémonitas”, hijos naturales de un fenómeno social que promete ser --y lo es en otros lugares-- una lucha pacífica, no expresamente buscada, contra el sedentarismo de sillón -aunque no exenta de cierta utilización delictiva--, que se moverá para capturar a algún incauto “pokémon”. Los jugadores de tan exitoso videojuego desfilarán por nuestras calles y parques, cámara y teléfono inteligente en ristre, como nuevos homo viator, caminantes.

Emplazar elementos virtuales dentro del mundo físico a través de una pantalla es la filosofía, creo yo, que subyace en tan novedoso juego. Hay una contraposición --o, quizá, un complemento-- entre el mundo físico y el universo ficticio. Algo así como un traspaso de funciones de la inteligencia natural humana al paciente ordenador. La ventaja, o la desventaja, según se mire, es que el proceso se realiza, mayormente, caminando. Un semáforo, o un guardia, tendrá que dirigir el tráfico para evitar colisiones viarias.

Todo esto se inscribe en la llamada “realidad aumentada”. En no mucho tiempo, dice Marina, se introducirá en la escuela, pues las posibilidades en este campo son asombrosas. ¡Aviso para navegantes… y responsables de la educación! H