La frustración que supone volver de vacaciones y encontrarse un escenario político idéntico al de antes de iniciar el descanso veraniego sólo es comparable a la sufrida por el gran Bill Murray en el día de la marmota, obligado a despertar cada mañana escuchando a Sony & Cher y vivir el mismo día una y otra vez.

El hastío es tan generalizado que, aunque lo oportuno sería escribir sobre la situación política, prefiero rememorar los buenos momentos durante estas vacaciones en compañía de la familia, momentos en los que, por un instante, es posible escapar del cambalache de necios en que se ha convertido el entorno político.

Resulta agradable compartir esos momentos con mis hijos. Rememorando películas de mi infancia, disfruto casi tanto como ellos. Este verano tocaba Peter Pan, la buena, la de animación de Walt Disney del año 1953.

Mi hijo pequeño, por supuesto, quería ser Peter, feliz, alegre, bromista ¡y puede volar!; pero también reconocí en él cierta fascinación por el Capitán Garfio, el atormentado pirata en conflicto perpetuo consigo mismo y contra Peter Pan.

--Papá, ¿por qué quiere atrapar a Peter Pan?-- pregunta mi hijo.

--Porque le odia.

--¿Y por qué le odia si Peter es divertido y bueno?

--Porque representa todo aquello que él querría ser y nunca será.

--¿Y por qué no se hacen amigos y le enseña a Garfio cómo ser feliz?

--Porque el odio es un sentimiento primario, como el amor. No conoce límites y aniquila cualquier atisbo de sentido común y transforma a las personas en infelices y tontas.

He logrado concluir el artículo sustrayéndome del viciado panorama político… ¿O no? H