Le tengo un afecto especial al Festival del Pasodoble Taurino. No soy aficionado a los toros, pero no puedo negar que la fiesta ha engendrado muchos motivos de inspiración en la literatura, en el arte y en la música, como es el caso que nos ocupa.

Como es habitual en mí, cuando voy al Auditorio me sitúo en la entrada de palcos en un oscuro rinconcillo que me permite movilidad y, sobre todo, incógnito y en consecuencia marcharme, sin molestar a nadie, cuando un concierto no me interesa. No fue el caso del pasado viernes, puesto que la Banda Municipal de Castellón interpretó un repertorio de pasodobles (a más de la obertura de Carmen) de los más populares de la tauromaquia, que se vieron finiquitados por el del ídolo de los ruedos y de la prensa del corazón (yo la llamaría del hígado, porque me incrementa la bilis) Jesulín de Ubrique y el dedicado al Club Taurino de New York, que estrenó Francisco Signes desde el podio, cedido amablemente por el actual director.

La obra tenía un compromiso casi lorquiano y hay que decir que el autor ofreció una pieza de riquísima instrumentación en donde entre ritmos sincopados, y acentos a 2/4 aparecía el tema New York, New York de Kander y Ebb, cuajando una novedosa aportación al género que la presidenta de la entidad taurina de la ciudad de los cinco boroughs, agradeció al autor con admirados reconocimientos. H