Solo tiene que darse una vuelta uno (o una) por la autovía A-7 y la autopista AP-7 por la noche para darse cuenta del brutal impacto que tiene el ser humano en la zona de las poblaciones de la costa. Eso es parte de lo que se llama huella carbono, es decir, la cantidad de emisiones de gases de efecto invernadero emitidas de forma directa, o indirecta que generamos nosotros.

Y me pongo a pensar en términos de solidaridad intergeneracional y pienso en mis hijos, nietos y demás descendientes. Y si podrán vivir en este espacio que es la provincia de Castellón o deberán emigrar a otras partes del planeta donde todavía no nos hayamos cargado el hábitat humano.

La huella del CO2 puede compensarse en términos provinciales. Evidentemente, nuestros mejores aliados son las plantas y tenemos varios parques naturales que pueden ejercer de nuestro motor para comerse el CO2 y devolvernos oxígeno y agua dulce. Pero a las plantas hay que cuidarlas. No pueden moverse como lo hacemos los animales. Tenemos que defenderlas de los incendios y del abandono. El fuego que va a ser la lacra de los próximos años si no llueve y el escarabajo Tomicus nos mata los pinos débiles.

Pero también, hay que defenderlas de otros ataques. Nuestros antepasados, para poder cultivar nuestras montañas procedieron a hacer una importantísima obra de ingeniería mediante el abancalamiento y construcción de ribazos. Pero ahora, entre los jabalís y muchos bicicleteros se los están cargando. Y las plantas no pueden huir, como le tocará hacer a tus hijos o a tus nietos.

*Abogado. Urbanista