Acabo de leer en este mismo periódico la noticia de un niño, víctima de un accidente, supongo, que en plena calle, junto a su desesperada madre, se desangraba. Providencialmente un joven que por allí pasaba se apercibió de la gravedad y pensó que había que practicar un torniquete en el brazo para taponar la herida. Mientras esperaban auxilios, consiguió el efecto con sus propias manos. Llegó, efectivamente, la ayuda de dos policías locales quienes completaron adecuadamente la operación. Los tres acababan de salvar la vida de un niño de 11 años, casi exangüe. De no ser por ellos y por su conocimiento, habría muerto sin remedio.

Hoy, casualmente, también un amigo me remite un mensaje telefónico sobre cómo actuar ante un ataque al corazón, dicho vulgarmente. La operación parece muy sencilla, pero el efecto positivo dicen que resulta eficaz en muchos casos. Se trata de fórmulas simples (respirar profundamente, toser…), pero que pueden ralentizar el problema y dar tiempo a la llegada de los técnicos. Solo hace falta conocer esa fórmula y aplicar el método aprendido.

En clase, desde nuestra infancia, nos enseñaron muchas cosas sobre literatura, idiomas, plantas y animales, matemáticas... pero nada sobre primeros auxilios. No estaría de más aplicarlo en la educación. «París bien vale una misa», decía Enrique IV de Navarra.

*Profesor