El colmo de la ignorancia (o de la sabiduría) se contiene en el titular de esta columna: “Solo sé que no sé nada”; frase atribuida habitualmente a Sócrates, según Platón, claro. Pero la frase, a pesar de la enjundia que tiene, creo que nunca ha estado de tanta actualidad como ahora: se hace uso de ella en los tribunales, en otras instituciones e, incluso, en la calle. Una amnesia lacunar que parece estar en vías de convertirse en pandemia procesal. Ahora bien, la frase socrática no termina ahí; Platón añade lo de “pero al saber que no sé nada, algo sé: porque sé que no sé nada”. Vamos, un ingenioso trabalenguas.

Constantemente oímos aquello de “no sé”, “no me acuerdo”…y tantas variantes como pueden imaginarse. Probablemente todos hayan bebido de la mítica fuente de Leteo, que provocaba el olvido. Neurólogos y psiquiatras ya pueden echar mano de recetas para devolver la memoria. El problema no es menor cuando hoy digo “sí” y mañana digo “no”; cosa muy frecuente. “¿Cambias --decía San Agustín--? Luego no eres la verdad”. Aunque ello no signifique que la metáfora del cambio sea falsedad, ni mucho menos; pero el cambio en la palabra conlleva una carga de veracidad y formalidad. Y la pregunta para el espectador es siempre la misma: ¿cuándo se decía la verdad, antes o ahora? Problema transitorio o de prelación, que me recuerda aquella canción juvenil: “Una vez que sí, otra vez que no…” H