En un principio la unión funcionó; un día se matrimoniaron futbolísticamente la familia Pozzo, de los Pozzo de toda la vida, con Enrique Pina, el Pina de toda la vida, buenos negociantes todos. De resultas, el equipo nazarí fue como un tiro y, en un abrir y cerrar de ojos, se plantó en Primera. Udinese y Granada, ambos unidos por sus dueños y por una vasta red de ojeadores a nivel mundial que peinaban cada palmo del planeta tierra buscando bueno, bonito y barato. Llegar, se había llegado, cumpliendo objetivos; ahora se trataba de mantener al equipo y, progresivamente, dejar de pasar apuros.

Ahora que se cumplen cinco temporadas del retorno del Granada a la máxima categoría, y su andadura y continuidad entre los mejores tiene más que ver con los milagros y las monedas que al final cayeron de cara que con un proyecto asentado y solvente.

LABORATORIO NAZARÍ // El Granada se ha convertido en un laboratorio experimental, una estación de paso, un continuo casting de futbolistas que van y vienen y vienen y van durante el verano, cuya calidad en muchos casos es más que dudosa, de ahí que cuando llega el mercado invernal siempre se necesiten reformas urgentes sobre la marcha. Y no pasan tres o cuatro meses sin que el entrenador esté en el disparadero.

Ahora, a la familia italo-española se ha unido el Watford inglés que dirige el técnico Quique Sánchez Flores, y en el conjunto inglés parece que funcionan mejor las cosas en cuanto a poder echar raíces entre la élite del fútbol. Aquí, la vida del Granada seguirá igual, sufriendo temporada tras temporada, reforzándose, soltando lastre, con el entrenador cuestionado cada dos derrotas y con un mapamundi de nacionalidades en un vestuario, el nazarí, cada vez más variopinto y que vive instalado en el cambio constante de cromos. H