Tiene mala pinta el Barça. El cambio de entrenador no ha regenerado un equipo que era líder cuando despidieron a Valverde y ahora, ya con Quique Setién en el banquillo, va segundo en la Liga. Mala pinta porque los defectos estructurales no se solucionan y no hay tiempo para que cale el nuevo plan setienista. Nubarrones de tormenta se ciernen sobre el Camp Nou que provoca el nerviosismo de la junta, simbolizado, sobre todo, en la figura de Josep Maria Bartomeu.

Tomó muchísimo riesgo el presidente con ese inusual cambio, además de generar una presión especial sobre Setién. Al cántabro le obligaba a mantener el legado clasificatorio de Valverde (primero en la Liga y clasificado con calma para los octavos de final de la Champions) y le exigía, fundamentalmente, ofrecer un excelente fútbol. De momento, ni una cosa ni otra. «La dinámica del equipo es mejorable. Necesitábamos un impulso», sostuvo el dirigente para defender una medida atípica en el Barça. De Gaspart a Bartomeu. En el 2003, Van Gaal fue despedido y entró Radomir Antic; en el 2020, Valverde era destituido y aparecía Setién.

Pero los males fundamentales siguen siendo los mismos. A Bartomeu le salió bien la atrevida pirueta de Anoeta hace cinco años, cuando despidió de malas maneras a Zubizarreta, entonces director deportivo, fortaleció a Messi al hacer entender a Luis Enrique que no tenía toda la autoridad y convocó elecciones para junio. El Barça logró el triplete en el 2015 (Liga, Copa y Champions) y él arrasó en las urnas. Desde entonces, y coincidiendo con la marcha de Neymar al París SG (2017), la errática planificación deportiva ha ido debilitando al equipo, dejando rasgos de decadencia. Y mientras, el club apura los días para fichar un delantero.