Lo del sufrir venía en la receta de Anfield. Ya lo advirtió Marcelino en la previa del encuentro. Con su mística, sus canciones, su magia y su leyenda, el estadio de los reds fue un terreno de batalla duro para los groguets, donde lucharon contra todo y contra todos: el ambiente, la garra local, el árbitro (permisivo y contagiado en exceso por eso que llaman la atmósfera de los campos ingleses) y un tempranero marcador adverso.

El sufrimiento estaba servido para el Villarreal. La pasión y la ilusión puede que hoy nos lleve por el camino del lamento y el regusto amargo, porque el bocado que hubiera supuesto la clasificación para la primera final estuvo ahí... y se escapó.

No pudo ser. A pesar de todo, hoy también es un día para estar orgullosos. El Villarreal ha firmado una grandísima Europa League contra equipos como el Bayer Leverkusen y el Nápoles; además de obligar al Liverpool a mostrar lo mejor de sí mismo en el partido de vuelta.

La afición, con los 2.000 groguets desplazados, ha demostrado lo que es, una gran afición con un comportamiento ejemplar. Ayer es cierto que al Villarreal se le escapó la pelota en las botas de los de Jürgen Klopp y hasta la deseada historia de una final, dos palabras muy repetidas en los últimos días. Pues sí, no se escribió una página, pero, oigan, no se escribió contra el Liverpool y Anfield, que no es poco. Por suerte, a ese libro de las gestas amarillas todavía le quedan muchos capítulos que contar. Y esta temporada, con todo lo que se ha conseguido, es sin duda una de ellas. H