En un partido extraño, marcado por la polémica sobre la alineación de Chumi en el partido de ida y por el frío ambiente de una grada despoblada, el Barça, aferrado al talento siempre fiable de Messi y al genio desaliñado e indescifrable de Dembélé, se deshizo del Levante con más facilidad de la esperada (3-0) para superar una nueva eliminatoria de la Copa del Rey (lleva 22 consecutivas) y plantarse en cuartos de final.

Atribulado el barcelonismo por las posibles consecuencias del Chumigate (esa presunta alineación indebida respecto a la que el criterio de la RFEF es cambiante), el partido ante el Levante no parecía apetecer demasiado a nadie. No al público, desde luego, que dejó al equipo huérfano de apoyo (el Camp Nou registró la peor entrada de la temporada).

Al Barça le costó 20 minutos adaptarse a lo que requería el partido. Fue Dembélé el encargado de desencadenar el terror entre los granota. En apenas tres minutos, aprovechó sendas asistencias de Messi para marcar dos goles potrosos que bien hubiera firmado Julio Salinas en uno de sus días más despeinados.

Tal como estaba el partido, con el Barça risueño y el Levante deprimido, el tercero tenía que llegar antes o después. Y llegó en el minuto 53, después de que una estupenda jugada de Dembélé y Semedo en la banda derecha brindara a Messi la posibilidad de empatar con Kubala como el segundo máximo goleador histórico del club en la Copa con 49 dianas (el récord, en poder de Samitier, con 69, queda aún lejos).

A partir de ahí, dio la sensación de que los dos equipos daban por finiquitada la eliminatoria y los técnicos pusieron en marcha la rueda de cambios casi pensando más en administrar el esfuerzo de sus jugadores de cara al próximo compromiso liguero que en cambiarle la cara al partido. Valverde, siempre atento a los detalles, quiso reconocer el papel de Denis Suárez en la eliminatoria dándole los últimos minutos de un encuentro que para entonces ya lo había dicho todo y el duelo murió sin más sobresalto que un remate al palo de Boateng.