rbadenes@epmediterraneo.com

@raulbadenes

Con algo menos de dos meses por delante para que la temporada 2017/2018 eche el telón, nada hace suponer que Javier Calleja no vaya a ser el entrenador del Villarreal la próxima temporada. Ni siquiera hacen falta documentos firmados de por medio. El madrileño ya sabe que, salvo debacle en esta recta final de Liga, es el elegido para seguir al frente del proyecto groguet. Y entendamos por debacle no una posible situación de quedar fuera de puestos europeos, un panorama durísimo, inesperado pero posible dadas las actuales diferencias con el resto de candidatos, sino el desplome de una idea, un estilo de juego y una apuesta por el buen fútbol que el Villarreal entiende que está perfectamente representada con el actual técnico.

Calleja ha hecho los méritos suficientes para demostrar que la élite no le viene grande, a pesar de las lógicas dudas que surgieron tras su salto sin red prácticamente desde el fútbol base a Primera División. Llegó con un expediente inmaculado en su etapa en el juvenil y con el único aval en el fútbol profesional de dejar al filial invicto en su corta etapa al frente del Villarreal B. Ninguna experiencia traumática en su currículo. Pero Primera es otra cosa y alguna cana ya empieza a asomar en su cabeza. En apenas medio año Javier Calleja ha tenido que sacar —él sí de forma acreditada y con buena nota— un máster acelerado de gestión de un grupo de élite. Sin pocos problemas en el camino. Repasemos: la ausencia sine die del futbolista referencial del equipo, Bruno; la marcha de su goleador, Bakambu, a mitad de temporada y el déficit de delanteros con Ünal en el Levante y Sansone en la enfermería ; innumerables problemas físicos y de sanciones en la plantilla; errores arbitrales decisivos… Y por si fuera poco apareció hasta el problema extradeportivo de los reiterados problemas con la ley y el encarcelamiento del portugués Rúben Semedo.

Calleja lo ha superado todo, aunque me consta que el precio a pagar ha sido duro, con alguna que otra noche sin poder conciliar el sueño, sobre todo en la negativísima racha de febrero, con la eliminación europea ante el Olympique de Lyón y los resultados adversos en la Liga, los que, al fin y al cabo —y cualquier entrenador es consciente— deciden las continuidades en los banquillos, por encima de la absoluta dedicación, el afán de superación, la metodología táctica o un buen feeling con un vestuario, en una de las mejores ligas del mundo, siempre difícil de manejar.

La recuperación de un estilo y la comunión perdida con la grada en la etapa de Escribá no son los únicos puntos a favor que llevan a la cúpula del club a ofrecer un cheque en blanco a Javier Calleja. También habrá influido su confianza en unas categorías inferiores que son las niñas bonitas de un presidente y un consejero delegado que no entienden el futuro del Villarreal sin el necesario autoabastecimiento del primer equipo en su propia base. Raba, Ramiro Guerra, Chuca, Pau o, en el futuro inmediato, Morlanes son pruebas fehacientes de esa confianza. Y a todo eso añadan los extras de una primera victoria en el Santiago Bernabéu, un triunfo en casa del que dicen que es el mejor Valencia del lustro o una épica remontada ante el irremontable Atlético de Simeone.

Calleja tiene vía libre para centrarse en lo único realmente importante de aquí al próximo 20 de mayo, dejar al Villarreal en Europa por quinta vez consecutiva tras su última reinvención.