Llegó de nuevo la derrota en el Madrigal. Un signo que parecía desahuciado del feudo groguet, donde solo se ha perdido contra el Celta. Y llegó en un partido de empate en el que al Villarreal se le negó todo.

De entrada, se tropezó con la ausencia de la pelota contra un rival que optó por tenerla y dormirla hasta que llegó su gol en, prácticamente, su único remate y justo cuatro minutos después de que Soldado errara la ocasión más clara a puerta vacía. Cambió el guión para el Villarreal. Difícil encontrar las contras de los últimos partidos. Con eso había que optar por la elaboración, pero la aguja y el hilo no acaban de hilvanar.

La imprecisión en el pase, el control desafortunado, la excesiva elaboración en el área o la falta de probatura desde la distancia negaron la remontada. Muchos síntomas para llegar a la derrota. Todo lo dicho se podría resumir en dos imágenes premonitorias. Dos veces enfocaron las cámaras al presidente, Fernando Roig, echándose las manos a la cabeza: una, después de la ocasión de Soldado, y, otra, con el equipo intentándolo todo en la segunda parte. ¿Desesperación, nerviosismo?

En definitiva, ayer tocó ver la cruz y lo hizo después de una racha de 14 partidos invicto. Un mérito que no puede ni debe olvidarse y que pone de manifiesto la dificultad de esto llamado fútbol. Luchar por la Champions no es cuestión menor. Las gradas del Madrigal deben de jugar y desterrar los recurrentes e inmerecidos silbidos porque la lucha no ha terminado. H