Chris Froome no es de este mundo. O por lo menos es la impresión que da. Y hasta, en ocasiones, con toda La Vuelta controlada, hasta parece que le entren ganas de descolgarse para darle todavía más emoción a una carrera que domina no solo excepcionalmente, sino con clase, sabiduría y buen hacer. Cada día es más líder, cada etapa está más fuerte y, además, con tanta hambre que hasta lucha por las bonificaciones, como sucedió ayer en la cima de Calar Alto.

Froome juega con sus rivales y tal vez consigo mismo. Hace unos días se le preguntó si tenía tiempo de ver los paisajes de la geografía española. Y la verdad es que no tiene tiempo ni de ver el territorio ni tampoco de degustar el jamón, pata negra, por supuesto, el manjar del que dice que está enamorado pero que lo deja para Navidad cuando no tiene que disputar ni La Vuelta ni el Tour.

Y nada ve porque se pasa toda la etapa mirando el potenciómetro que lleva en su bici, hasta aburrirse, hasta decir basta. Otros ciclistas viven de las sensaciones. Si van veloces y se sienten bien, el corazón bombea más rápido y si van mal, que mejor notarlo que sentirse cansado. Él se engaña, porque corre como si fuera una máquina y porque solo hace caso a los dictámenes de los vatios que ve reflejados en la pantallita del potenciómetro que tiene colocado en el manillar de la bici.

Por eso, parece que no sea de este mundo, más bien se asemeja a un robot que obedece solo lo que le dicta el ordenador. Si ve que algo falla, como a 8 kilómetros de la cima de Calar Alto, se descuelga hasta la cola del grupo de favoritos. Cuando la máquina le advierte de que todo se ha normalizado sale al contragolpe.

Todo absolutamente controlado por Froome, que ve como parte de sus rivales flaquean (ayer, Esteban Chaves, Nicolas Roche y Fabio Aru) y que otros avanzan, aunque sea poco a poco, como Alberto Contador, que sigue animado en su remontada para alcanzar un podio que no es una utopía. Ya es noveno y ya está a 1.22 minutos de la tercera plaza que salvó Chaves por los pelos.

TRIUNFO COLOMBIANO / Y la salvó porque David de la Cruz corre La Vuelta con una forma exquisita pero con una injusta mala suerte. Pinchó a 12 kilómetros de la llegada y se pasó toda la ascensión persiguiendo a los buenos.

Froome solo dejó ser feliz en esta ocasión a Miguel Ángel López, al que llaman Super López, un prometedor escalador de solo 23 años surgido de la inagotable fuente colombiana.