No hubo sorpresas. El choque de los muros de la Liga se saldó con las gafas en el marcador. Ningún gol y ocasiones claras a cuentagotas. El músculo, como era de prever, se impuso al artificio. La alineación ya lo dejaba bastante claro desde el principio. Las rotaciones, tres días después de jugar contra el Nápoles y la inminente visita a San Paolo, eran imprescindibles y dieron su fruto. Un punto, pero… ¡qué punto!

El Villarreal, contra un aspirante a la Liga que pretende disputarle la hegemonía al Barcelona, demostró a la orilla del Manzanares que va en serio. El empate alimenta las buenas sensaciones del equipo y deja un aviso a los competidores como el Real Madrid o el Sevilla que también igualaron, aunque con sabor a derrota. La carga psicológica para unos es desgaste, mientras que para el Villarreal se traduce en autoconfianza.

El partido discurrió según el guión groguet. El guión de las estrellas menos habituales o cambiadas de posición. Bailly, Bonera, Rukavina o Pina se fajaron de lo lindo y demostraron su implicación. Pero todo eso ocurrió sin amilanarse porque Marcelino pudo por primera vez disponer de toda la delantera. Y además dio entrada a Baptistao y a Adrián en un claro mensaje de ir a por todas. El Villarreal no solo consiguió un punto de oro; se reforzó anímicamente, dio un aviso al resto y demostró estar preparado para afrontar todo lo que viene. H