La meta de Troyes (sexta etapa del Tour 2017) parecía más bien la de una llegada de la Vuelta a España a Andalucía en pleno agosto. Los auxiliares, los que entregan los bidones, buscaban con desespero las pocas sombras que había. Y como es habitual, por las fortísimas medidas de seguridad, el recinto estaba plagado de policías. Había dos curvas en la ciudad. Dos invitaciones a una caída masiva. Pero, afortunadamente y por un día, el parte médico estuvo en blanco. La paz y el calor se apoderaron del Tour, en el segundo día sin el concurso de Peter Sagan, el campeón del mundo.

Mientras Marcel Kittel, con limpieza, sin incidentes, con rapidez como es habitual y sin polémica, ganaba su segunda etapa al esprint, con Froome vestido de amarillo, Sagan libraba una batalla jurídica en Lausana, en el TAS (Tribunal de Arbitraje Deportivo), que negaba una medida cautelar, solicitada por el Bora, el conjunto del corredor eslovaco, para que pudiera disputar todavía el Tour. Un fallo rápido a favor del campeón del mundo habría supuesto un contratiempo inesperado y fuera del reglamento, puesto que la Unión Ciclista Internacional (UCI) no permite reintegrarse en la carrera a los corredores que han sido expulsados o eliminados. ¿Qué tiempo se le daba? ¿Se le colocaba el último? ¿Qué beneficio sacaba con dos jornadas de descanso mientras los rivales superaban la ascensión de La Planche des Belles Filles y una etapa de 216 km? Un sinsentido.