En el mismo lugar donde el Barça conquistó la primera Liga del siglo perdió la mejor racha de la historia. Y otras menores. Todas de golpe, a consecuencia de un apagón de 10 minutos en los que el equipo encajó tres goles y convirtió en utópico que se alcanzara el episodio número 44. El manotazo que le estampó el Levante en la cara con los cinco deditos marcados antes de alcanzarse la hora de partido acabaron con la ilusión de los culés de completar una Liga entera invictos. Relajado el Barça por campeón y relajado el Levante por salvado, pudo más la ilusión local en la despedida que el rigor imprescindible de los forasteros para puntuar. Tres goles encajó Ter Stegen en las primeras 10 jornadas y 16 ha recibido (uno Cillessen) en las últimas diez. Un prueba palpable del declive que se precipitó en el Ciutat de València con una espantosa pérdida de concentración general. Iniesta, que sigue despidiéndose, y Coutinho, que sigue presentándose, parecían los únicos interesados en agradar. También lo pretendía Yerry Mina, la novedad más relevante de la alineación, en su tercera titularidad, que no hizo más que confirmar lo extraviado que está después de cinco meses como azulgrana.

A Thomas Vermaelen, en cambio, le falló el físico, como siempre. Sintió el enésimo pinchazo muscular de su carrera y la cara que puso al notarlo era un poema. La viva imagen de la desolación. Por la frecuencia de las lesiones y por la proximidad del Mundial. Del último de Brasil llegó al Barça lesionado.