Parece un manoseado guión bélico: soldado ya retirado es contratado para una última e imposible misión. Marcello Lippi desenvuelve el chándal a los 68 años para clasificar a la selección china para el Mundial de Rusia y, más en general, para sacarla del tenaz oprobio. A cambio cobrará 20 millones de euros anuales, una cifra que multiplica por cuatr el salario de los seleccionadores mejor pagados del mundo.

Su biografía explica el salario: un Campeonato del Mundo, cinco scudettos y tres ligas chinas. Ocurre que Lippi no entrenará a rutilantes estrellas sino a jugadores que representan a la segunda potencia económica y primera demográfica del mundo pero pierden contra países que muchos no sabrían ubicar en un mapa. Porque también el riesgo justifica el salario: ese equipo fustiga el prestigio de cualquier entrenador. José Antonio Camacho fue despedido en 2013 después de perder en casa 1-5 contra Tailandia.

Aquella derrota fue definida como la más humillante de la Historia. La etiqueta se ha manoseado desde entonces. China perdió recientemente contra Uzbekistán y Siria, devastada tras varios años de guerra, y miles de seguidores sacaron su indignación a la calle. La clasificación para el Mundial de Rusia parece utópica con un punto en cuatro partidos. A Lippi le espera, en cuanto las matemáticas certifiquen la eliminación, una estancia anodina.

UNIDAD Y FE

“El resto de partidos pueden ser sólo simbólicos, simplemente oportunidades para salvar la honra. Y sin más encuentros importantes en los dos próximos años, el salario es cualquier cosa menos razonable”, señalaba un editorial del diario China Daily. “Muchas lecciones podemos aprender del fútbol chino porque la historia siempre se repite, primero como una tragedia y después como una comedia”, finalizaba. El casi setentón entrenador ha exigidounidad y fe para la misión imposible y negado los rumores sobre su intención de nacionalizar jugadores extranjeros.

Su contratación ha subrayado de nuevo los dispendios del fútbol chino. La Super Liga China (SLC) gastó este año 331 millones de euros en fichajes, más que una Premier inglesa hipertrofiada por los derechos televisivos. El traspaso de 46 millones de dólares que pagó el Guangzhou Evergrande al Atlético de Madrid por Jackson Martínez fue el más alto de la historia de un club asiático. El récord duró dos días. El Joangsu Suning le levantó al Liverpool a Alex Teixeira por 56 millones de dólares.

DUDAS FINANCIERAS

Las burbujas son especialmente temidas aquí desde que la bursátil se tragase los ahorros de millones de pequeños ahorradores el verano pasado y cuando el país aguanta la respiración ante la anunciada explosión de la inmobiliaria. Arrecian las dudas sobre la sostenibilidad del modelo y cuánto puede durar. Algunos clubs son propiedad de magnates con hondos bolsillos pero otros dependen de estrategias mercantiles más razonables.

“Este gasto continuará hasta que los propietarios decidan dejar de financiar las pérdidas. Prevén perder dinero a corto y medio plazo pero, como Abramovic en el Chelsea o la familia Mansour en el Manchester City, aspiran a igualar el balance a largo plazo”, opina Kieran Maguire, profesor de Economía en la Universidad de Liverpool y experto en finanzas deportivas.

El éxito de las inversionesinfluirá en la caducidad de la fórmula. El fútbol estadounidense ejerce de retiro dorado para jugadores descatalogados como Beckham, Lampard, Henry, Gerard o Pirlo. El chino ha virado en los últimos años hacia los que conservan su esplendor físico como Teixeira (26 años), Martínez (29), Paulinho (26) o Hulk (29). De ellos esperan sus equipos que los clasifiquen para el equivalente asiático de la Champions League.

Los clubs de fútbol generan ingresos a través de los aficionados, las televisiones y la publicidad. “Los aficionados chinos no están acostumbrados a pagar los mismos precios que los europeos y los derechos de retransmisión tampoco son tan altos. La publicidad está aumentando pero aún está lejos de, por ejemplo, los acuerdos del Barsa con Nike o del Manchester con Chevrolet”, añade Maguire.

EL DUEÑO DE ALIBABA

El Guangzhou Evergrande resume la problemática. En 2013 se convirtió en el primer equipo chino en ganar la Champions asiática y repitió dos años después, pero desde 2010 termina las temporadas con pérdidas. El equipo cantonés, dominador nacional, depende del grifo de los conglomerados empresariales. Jack Ma, segunda fortuna china y fundador del gigante de comercio electrónico Alibaba, compró este año la mitad del club por 200 millones de dólares.

Los expertos sugieren que los gastos desorbitados durarán mientras se mantenga el contexto político y económico. La ofensiva futbolística china está ligada al interés del presidente, Xi Jinping, de organizar y ganar un Mundial. Xi, reconocido futbolero, aprobó un plan para construir 20.000 campos e instalaciones antes de 2017 para que alumbren a unos 100.000 jugadores. Los empresarios compensan las pérdidas con la cercanía al poder que en China aceita los negocios y da respetabilidad social. A Xi le queda otro quinquenio en el poder.

La economía china se ha despegado de los crecimientos de dos dígitos pero ha se mantiene en el curso planeado por Pekín. Su colapso tendría efectos inmediatos en el fútbol como ocurrió en Rusia, añade Maguire. “Cuando cayó el precio del petróleo y llegaron las sanciones internacionales, los propietarios intentaron igualar los balances desembarazándose de los jugadores mejor pagados, principalmente los extranjeros”. Ese panorama parece hoy tan lejano como cuando los expertos occidentales empezaron a anunciarlo como inminente tres décadas atrás.