Poco antes del gol de Rakitic que sembró el pánico en el Bernabéu se vio una jugada decisiva. El Barça pierde el balón. Es, precisamente, el croata quien ve cómo Vinicius le roba la pelota junto a la línea de cal. A partir de ahí, la tormenta madridista. El joven brasileño galopa por la izquierda, mientras Piqué, de forma desesperada, intenta frenarlo. Pero Vinicius lo esquiva con un delicado toque, con el defensa tirado en el césped. Entonces, el Madrid se desboca aprovechando el desconcierto del Barça. Pero no cuenta con que un káiser acabará imponiendo su ley en el área del alemán Ter Stegen.

Esa jugada resume, en realidad, lo que es ahora mismo Gerard Piqué, un central imponente. Y lo ha sido en la última década, donde ha coleccionado todos los títulos posibles, tanto en el Barça de Pep Guardiola, Tito Vilanova y Luis Enrique como en la España de Vicente del Bosque.

CONTROL // Pero, a sus 32 años, ha adquirido una jerarquía indiscutible, que le permitió gobernar el clásico en el campo y también fuera. Reprendió al público denunciando una agresión, no castigada, de Ramos a Messi.

A Piqué, como ya es costumbre desde hace muchos años, se le mira y se le critica por muchas y variadas razones, aunque se olvida lo esencial. Es un defensa maravilloso. Un central moderno y ahora cada vez más antiguo. Moderno por su capacidad para iniciar el ataque desde atrás, goleador (suma tres tantos en la Liga), resistente (ha jugado todos los minutos, los 2.340 que se llevan), dotado de un fuego interior que le hace superar cualquier problema. Esta temporada, Piqué no empezó siendo Piqué. «Los que me están esperando, que aprovechen y salgan de la cueva», retó el defensa a los críticos en octubre tras el empate en Mestalla (1-1).

Y el tiempo le ha dado la razón. Inspira tal confianza, que se siente el verdadero dueño de la defensa. Más allá de los 10 balones recuperados, el que más en esa faceta en el Bernabéu el sábado, o de los 14 despejes, además de tres remates bloqueados del Madrid (entre ellos el de Modric), el Káiser o Piquenbauer, como también le llamaban, ha heredado códigos defensivos inoculados por el poderoso y tenaz Puyol, su amigo del alma con quien formó una de las mejores parejas de la historia azulgrana. Ahora es Gerard quien ejerce ese rol con Clément Lenglet, un chico (23 años) que vive un máster sobre el delicado rol de ser central en el Barça cuando tienes, casi por norma, entre 30 y 40 metros a la espalda.

HOMBRE PARA TODO // Piqué es una mente inquieta, capaz de idear una nueva Copa Davis de tenis. Pero no olvida su faceta de empresario activo, explorando nuevos negocios deportivos con la compra del Andorra. Tampoco renuncia a defender sus ideas políticas y más cuando pisa Madrid para dar una mayor dimensión mediática a su mensaje. Descansado como está tras su renuncia a la selección española, el Káiser disfruta por dejar, de nuevo, su huella en el Bernabéu. Huella de central realmente único.