Terminada la semana dedicada a los enfermos y a la pastoral de la salud deseo referirme a la pastoral del duelo; es decir, del acompañamiento de las personas que han perdido a un ser querido. Quien ha pasado por esta situación, sabe que es una de las experiencias más duras y difíciles de la vida. Algo se nos rompe en nuestro interior.

A veces se intenta superar el dolor dejando pasar el tiempo, sufriéndolo en silencio y en soledad. Otras veces se intenta evitar los recuerdos para vivir como si nada hubiera pasado. Y otras, quizás, se piensa que no hay más salida que el lamento y el desahogo. Pero el tiempo del duelo ofrece también la oportunidad para entrar en un proceso de sanación; para ello es necesario dar expresión y cauce sano a los sentimientos, serenar el sufrimiento aceptando la realidad de la muerte, abriéndose al futuro con esperanza, amando con un nuevo lenguaje a la persona que nos falta. El dolor por la muerte de un ser querido produce una herida profunda.

Jesús nos enseña a acompañar en el sufrimiento y en el duelo. El relato de los dos discípulos de Emaús (cfr. Lc 24,13-35) refleja la crisis de dos almas desconcertadas por la muerte en la cruz de Jesús, y las actitudes y los pasos de Jesús para ayudarles. Los dos discípulos caminan entristecidos. Mientras van de camino conversando sobre lo ocurrido, Jesús resucitado se acerca y se pone a caminar con ellos, hace sentir su presencia y les escucha. Pero los discípulos, cegados por el dolor, no podían reconocerlo. Jesús calla y escucha. Y entonces Jesús les dijo; del acompañamiento y escucha, pasa a dialogar y proponer «todo el designio de Dios».

Las actitudes y pasos de Jesús son las propias de un cristiano en un proceso de duelo; acompañar al doliente es acercarse y escuchar. Jesús nos llama a acompañar como Él lo hizo ante el dolor por la muerte de un ser querido.

*Obispo diócesis Segorbe-Castellón