Antes de ascender a los cielos, Jesús encomendó a sus discípulos la misión de ir al mundo entero y anunciar el Evangelio a toda creatura. La evangelización descansa en último término en Dios, que la sostiene por la fuerza del Espíritu Santo; pero Jesús la ha puesto en manos de todos sus discípulos, de la comunidad de la Iglesia, que formamos todos los cristianos. La misión corresponde, pues, a todos los bautizados y pide la colaboración activa y responsable de todos.

Es obvio que nuestra Iglesia necesita de medios humanos y materiales, así como de recursos económicos para poder llevar a cabo su misión. Sin estos medios no se puede llevar a cabo el anuncio del Evangelio, la atención a todo el que se le acerca, la catequesis, la formación de cristianos adultos, la remuneración de los sacerdotes y otras personas al servicio de la Iglesia, el culto, la atención de las parroquias, de los enfermos pobres y necesitados --aquí y en países más pobres--, la conservación del patrimonio y templos, la evangelización en tierras misión o ayuda al Tercer Mundo.

En este momento, la financiación de la nuestra Iglesia diocesana se consigue gracias al Fondo Común Interdiocesano y a las aportaciones directas y voluntarias de los fieles en colectas, donativos y herencias. Desde el Fondo Común Interdiocesano se reparte solidariamente entre las Diócesis el dinero de la casilla de la Iglesia en la declaración de la renta; en nuestro caso supone casi el 70% de los ingresos anuales de la Diócesis, que es bastante más de lo que se recauda entre nosotros por la asignación tributaria. Es decir: recibimos del fondo común bastante más de lo que aportamos; ello se debe gracias a la solidaridad de otras diócesis, incluso más pobres que la nuestra. Esto nos debería hacer pensar. H

*Obispo de Segorbe-Castellón