Cada año, además de seguir construyendo mis torres y castillos de arena a la orilla del mar y de llenar esta página cada uno de los días del mes de agosto, con Lorenzo como protagonista de las imágenes, me apetece dedicar un día al cine. Bueno, ya he hablado estos días de la campaña que inicié en las playas de Castellón desde el área de Cultura del Ayuntamiento. Y es que hoy, a la altura de la última semana, ha venido a verme el que fue genio del suspense cinematográfico, Alfred Hitchcock. Ya sabéis que todo es posible. Como unir en el pensamiento, aquel cine de misterio de 1946, con este verano de 2016, en que también las playas se llenan de posibilidades cinematográficas. Y los eruditos en la materia siempre han considerado que la película Encadenados era la quintaesencia de Hitchcock. Es un mágico relato cinematográfico con el tema del amor bajo sospecha, con el mismo tono que ya se vio en Rebeca.

En el legendario director de cine convivían el sentimental y el cínico. Y podía permitirse el lujo de contemplar el amor como lo haría digamos que un trovador. En el filme Encadenados, el amor reprimido del agente del FBI (Cary Grant), que ha de convencer a la mujer a la que ama, Alicia (Ingrid Bergman), para que se entregue a un nazi de incógnito en Brasil, al que le han ordenado espiar, aporta a la historia un trasfondo terrible, tratado sin embargo con la elegancia y mordacidad habituales en ese director. Aunque, posiblemente, esta magia habría sido inalcanzable sin la aportación de los intérpretes.

Bueno, la película Encadenados que hemos visto en el cine en la playa es una película perfecta, delicada, sencilla y un tanto bizantina, en la que los recursos de don Alfred brillan fastuosos, emitidos por unos exquisitos encuadres fotográficos. Desde la insólita presentación de la protagonista, la Bergman, beoda, hasta el agente Cary Grant que se ha colado en la casa, cada secuencia de la película parece levitar, como en estado de gracia, primorosamente resuelta.

El director se permite el alarde apabullante en la escena del remoloneo amoroso entre Grant y la Bergman, con un beso que se alarga durante varios minutos, mientras hablan de asuntos culinarios o llaman por teléfono y la cámara los persigue, acercándose a sus rostros. La secuencia envolvente de la fiesta en casa del nazi, iniciada con un plano general desde lo alto de la escalinata que termina siendo un plano de detalle de la mano de Ingrid Bergman, donde oculta la llave que acaba de sustraerle, o el clímax final, con el descenso de los protagonistas por la misma escalinata, suspende el tiempo en los relojes.

Hay otros momentos de la película que procuran pasajes de rara intensidad. Ocurre así en los encuentros clandestinos de los dos principales protagonistas, sentados ambos en un banco del parque. Y así, escondiendo su maltrecho amor en volandas de gran intensidad, alcanzamos el desenlace de una gran película, él llevando en brazos a una moribunda, hasta el vehículo que la salvará de una muerte cierta, mientras compadecemos al nazi por haber amado y querido matar a una mujer, mucho más alta y mucho más bella de lo que jamás hubiera soñado. H