Tras el reciente acuerdo alcanzado entre la Unión Europea y Turquía para devolver a este país a todos los refugiados y refugiadas que se encuentran en suelo europeo cabe preguntarse si lo que realmente tiene Europa es una crisis de refugiados o una crisis de identidad. Con este pacto que avergonzaría a sus padres fundadores la UE da un nuevo paso en el camino de la demolición del sueño de Europa como un espacio común de progreso social y económico, de igualdad y prosperidad. Europa pasa de ser tierra de acogida y provisión a encerrarse en sí misma.

La crisis económica no solo ha tenido un impacto brutal en las condiciones de vida de millones de europeos y europeas, sino que su pésima gestión ha sido el caldo de cultivo de actitudes más cercanas al nacionalismo xenobofo anterior a la II guerra mundial que a lo que cabría esperar de un territorio entre cuyos principios fundacionales se recogen el respeto a la dignidad humana, la libertad, la democracia, la igualdad, el Estado de Derecho y el respeto a los derechos humanos. Poco tienen que ver estos valores con los expresados por el presidente del Consejo Europeo, el polaco Donald Tusk, cuando sin ningún complejo les decía a los miles de refugiados que anhelan encontrar en suelo europeo un espacio de paz y prosperidad: “No vengáis a Europa, todo es en vano”.

Resulta evidente que con este acuerdo la Unión Europea pretende quitarse el problema de encima como suelen hacen los malos gestores, traspasándoselo a otro, subcontratando al gobierno turco a cambio de dinero, de avances en su proceso de adhesión a la UE y de eximir a los ciudadanos turcos de visado para acceder a la UE. Mediante este pacto vergonzoso Europa reniega de sus valores al pretender devolver a Turquía a todo extranjero que llegue ilegalmente a las costas griegas, sin distinguir si estos llegan por causas económicas o si vienen huyendo de la guerra como están haciendo los miles de refugiados y refugiadas sirios que siguen llegando a las puertas de Europa. Al mismo tiempo, mientras se materializa el proceso de expulsión a Turquía, Grecia seguirá convertida en el patio de la vergüenza de Europa, un inmenso campo de refugiados en el que los inmigrantes que lleguen a Europa deberán esperar pacientes, sumisos y resignados a que los hagan subirse a un autobús o a un tren para llevarlos a ese paraíso de igualdad, libertad y prosperidad que es Turquía.

Finalmente aquellos que se han dedicado a alimentar la xenofobia y el racismo culpando a los inmigrantes de los males que aquejan a Europa y alertando del riesgo que su llegada podía suponer para nuestro futuro se han salido con la suya y han escrito una de las páginas más negras de nuestra reciente historia en común. Los que han alimentado el miedo al extranjero son los mismos que desde el ultraliberalismo económico han aplicado unas políticas de ajuste fiscal que con la excusa de la crisis han servido para recortar el modelo social europeo y los derechos de miles de trabajadores y trabajadores, y ahora, después de desmantelarlo todo, agitan el espantajo de la inmigración desenfrenada para justificar el restablecimiento de limitaciones a la libre circulación de ciudadanos o la imposición de diferencias de trato en función del origen étnico o nacional.

Los mismos que no han asumido ningún tipo de responsabilidad por la nefasta gestión de la crisis económica tampoco son ahora capaces de asumir sus responsabilidades políticas en relación a la grave crisis humanitaria que ellos mismos han ayudado a crear y la única solución que se les ocurre es convertir a Grecia en el patio trasero de Europa, lo que les faltaba a los griegos, y firmar un acuerdo vergonzante con un país al que no hace mucho la Unión Europea llamaba la atención al haberse producido un “retroceso significativo” en cuanto a la garantía de los derechos humanos.

Tras este acuerdo las palabras del polaco Tusk afirmando que “hemos conseguido un gran logro”, no son más que la constatación de que Europa lleva tiempo renunciando a si misma para convertirse en una sombra de lo que fue y dando pasos hacia un pasado de división e intolerancia que creíamos superado. Frente a ellos resulta aún más admirable el comportamiento de los griegos y de los cientos de voluntarios de otros países que frente a la desidia de los dirigentes de la unión se esfuerzan por hacer la vida más fácil a aquellos que llegan obligados a nuestras costas. Con su esfuerzo demuestran que el sueño europeo sigue siendo viable. H

*Secretario general de UGT-CS