En el marco del Jubileo de la Misericordia, el Papa Francisco ha decidido que la celebración de Santa María Magdalena (22 de julio) tenga en toda la Iglesia el rango de fiesta litúrgica. Al tomar esta decisión, el Papa ha querido poner de relieve a esta mujer que experimentó la misericordia del Señor hasta que se abrió a una vida nueva, y también destacar la importancia de la misión de las mujeres en la vida de la Iglesia.

Aunque la tradición medieval ha presentado a María Magdalena como una de las mujeres pecadoras, los datos del Nuevo Testamento no certifican esta identificación con seguridad. Siendo un personaje tan conocido en el círculo de los discípulos, resultaría extraño que se narraran acontecimientos importantes de su vida sin identificarla con claridad.

María Magdalena es alguien que ha experimentado la misericordia del Señor. Formaba parte del grupo de mujeres que, junto con los Doce, acompañaban a Jesús. Se trataba de mujeres “que habían sido curadas de espíritus malos y de enfermedades”. Se dice que de ella “habían salido siete demonios” (Lc 8, 2; Mc 16, 9). Podemos imaginar lo que significa para una persona atormentada por enfermedades y espíritus malignos y que, por tanto, no encontraba la paz, haber sido liberada por el Señor de tantos sufrimientos.

Otra alusión la encontramos en los relatos de la Pasión, momento especialmente significativo. Como ha afirmado un gran teólogo del siglo XX, cuando la iglesia varonil y jerárquica, formada por los apóstoles, ha abandonado al Señor y lo ha dejado solo, queda la iglesia del amor, ese grupo de mujeres que le sigue que en el momento de la sepultura “observaban dónde lo ponían” (Mc 15, 47) y que fueron las primeras en encontrar el sepulcro vacío. Que el testimonio de María Magdalena y de tantas mujeres nos recuerde a la Iglesia qué ha de ser lo más importante en la vida. H

*Obispo de Tortosa