A Julio Anguita no le gustaba que le llamaran el Califa rojo. No se sentía descendiente del Profeta y sus prédicas eran para este mundo; lo de rojo no era ningún estorbo, era rojo muy rojo, según sus propias palabras. No es de extrañar que tampoco le gustara que hoy yo le llame cardenal, pero verán. Nicolas de Chamfort es el autor de una célebre frase: «el cura tiene que creer, el canónigo puede tener dudas, el cardenal puede ser ateo». Es decir, en las jerarquías mientras uno está más arriba, más puede jugar con las reglas del juego. Pero no, Julio Anguita, estando arriba, nunca fue ateo de sus ideas, fue un cardenal hereje que creía lo mismo que sus curas y sus canónigos. Julio nunca abdicó de sus ideas y las defendió como si fuera un cura de pueblo; su posición como líder de su organización nunca lo condicionó. Quizá porque era maestro, maestro de pueblo y del pueblo, la imagen tardía de los grandes maestros de la República, injustos olvidados de la represión franquista.

Vida ejemplar

Julio Anguita era un andaluz sobrio, nació en Fuengirola, que es la salida al mar de Córdoba, donde no dejó dudas, como alcalde, sobre su capacidad para dirigir su institución mayor. Para ser maestro y que te consideren como tal, no solo tienes que enseñar a los demás tienes que ser un ejemplo, y la vida de este maestro andaluz de pueblo siempre ha sido ejemplar.

Apenas nos tratamos. Nos veíamos con frecuencia por La Alameda, en Sevilla, en sus tiempos de diputado en el Parlamento andaluz. Le gustaba pasear, quizá soñaba, se ilusionaba, y pensaba en aquellos lugares. Quizá en los Niños de la Alameda, los que se rebelaron contra la presencia en Sevilla de Franco en la Coronación de la Macarena. Esos niños rebeldes fueron brutalmente reprimidos por el franquismo. Una vez nos cruzamos por la calle San Luis, el barrio donde nació José Díaz, un panadero que fue secretario general del PCE, como él lo sería más tarde. En la esquina cerca de donde nació, hizo una paradita, nos sonreímos y siguió paseando.

La vida de Julio ha sido pura honestidad y ejemplo. Entendió perfectamente dónde estaba el poder y se enfrentó, no se arrobó en sus perfumes, sedas y puertas giratorias. No flaqueó ni siquiera cuando la mayor canallada de los canallas, es decir, asesinarle a un hijo, se cebó con él y su familia. Pero nunca se rindió. Además era bragado. No tenía miedo a nadie. En su despacho esperó con aplomo, cuando el 23-F, a que vinieran a por él. No hubiera sido fácil.

Porque Julio no era miope, veía a un fascista a la legua y a un criptofascista, un «asolapado», desde aún más lejos. En la izquierda a su derecha nunca le perdonaron su deseo de sorpasso; en la derecha se sentían seguros de que no llegaría al poder porque habría otra izquierda para taponarlo. Sin embargo, hoy sus ideas siguen en vigor y están en el gobierno de coalición.

Anguita es una referencia, un maestro, pero no un califa ni un cardenal. Únicamente un hombre honesto y coherente, ahora que los investidos cardenales de la izquierda han dejado tirados a sus curas y canónigos. Un abrazo, camarada.