Era un evento muy esperado y Enrique Bunbury no defraudó. En un Grao de Castellón inmerso en la última jornada de las fiestas de Sant Pere, el aragonés ofreció un inolvidable espectáculo que arrastró a multitud de fieles a su música, tanto de su trayectoria en solitario como de su banda madre, Héroes del Silencio. Una ceremonia dirigida por un Bunbury en trance permanente, revestida de rituales y con muestras de complicidad con sus incondicionales. Un concierto majestuoso con aires devocionales.

El estribillo He oído que la noche es toda magia y que un duende te invita a soñar... sobrevoló los pensamientos de los asistentes y anunció una epifanía en un nuevo recinto, entre la Escuela de Hostelería y Turismo, y delante del parque del Pinar, para satisfacer las necesidades galopantes de música multitudinaria y eventos de gran formato en la ciudad turquesa y naranja.

Y si dijo Lincoln que Dios prefiere a la gente corriente, Bunbury desplegó naturalidad y encanto, embrujo y swag, porque el compositor de, entre otras joyas, Porque las cosas cambian, Ella me dijo que no o Sácame de aquí no dio cancha a lo cutre, ni tampoco se perdió en sofisticaciones al uso. Cumplió con profesionalidad y magisterio su compromiso con el público castellonense, exhibiendo estilo y un no sé qué en cada una de sus interpretaciones. Héroe de leyenda, La constante y La ceremonia de la confusión fueron otros de los temas que cautivaron a unos fans exacerbados en el manantial de la incontinencia.

COMPLICIDAD // Los Santos Inocentes, guardias de corps que atienden al ex de Héroes con una fidelidad matemática, fueron ocupando sus respectivos tronos a la espera de la aparición superstar de un Bunbury, vestidocomo en los años 70, que inició un juego de coros y contracoros con el público, que obviamente se sabía de memoria todas sus canciones.

Bunbury cantó la emocionante Dos clavos a mis alas y una nueva versión de El anzuelo, contagiosa y más picante, más propia de un cancaneo en territorio gay que al que estamos acostumbrados.

Volcán Bunbury, fue sacerdote sumiso en una sesión de gospel como si estuviera en la neogótica catedral de San Patricio de Nueva York, o abducidos por el espíritu de Joseph Smith o su iglesia mormona de los Santos de los Últimos Días. Tras el amago de despedida, sonaron sus canciones ante la locura del público.

LO CATÁRTICO // Para entonces, los feligreses del credo bunburyano habían sumado ya la experiencia catártica e irresoluta de quien, con fervor, asume un despertar de la inocencia. Como si no hubiera existido un antes (aunque sí lo hubo con Héroes del Silencio) y el mundo volviera a nacer y a aprender. Como, parafraseando la canción de Abba The day bedore you came, el día antes de que tu llegaras todo era distinto, diferente, más aburrido, más gris, mas indolente y más inocente. Porque amanece tan pronto y no me arrepiento de lo de ayer. Si las estrellas te iluminan.